La armadura huesosa que poseían en tiempos pasados los grandes monstruos marinos
Uno de los cetáceos que se hallan con más frecuencia en las costas del Atlántico es la marsopa, esbelto y bonito animal, cuyo largo alcanza metro y medio. Tiene más de cien dientes en forma de clavijas, y sus mandíbulas, al cerrarse, encajan de un modo tan perfecto, que cuando coge un salmón, un arenque o una caballa, no es fácil que la víctima se escape. Sus aberturas auditivas son diminutas, y se observa junto a ellas un asomo de pabellón. Se ha descubierto, además:, un detalle interesante: algunas especies de marsopa tienen en la aleta dorsal cierto número de prominencias o tubérculos córneos.
Estas prominencias pueden ser los restos de la armadura huesosa que poseían los monstruos del mar, lejanos antepasados de las marsopas, en épocas remotísimas.
En los acuarios situados junto al mar puede verse a veces alguna marsopa viva. Se las tiene en agua de mar renovada con frecuencia, y se las alimenta con arenques. Nadan de un lado a otro con la misma velocidad que pudiera correr un perro, y al llegar a la extremidad de la cisterna, dan una vuelta tan limpia y rápida como la que da un pájaro en el aire. Permanecen mucho tiempo debajo del agua, sin respirar.
Los delfines son algo mayores que las marsopas, de las que también se diferencian por la forma de la cabeza. La marsopa tiene la cabeza corta, mientras que el delfín presenta una especie de pico parecido al de un gran pájaro, y está provisto de más de 120 dientes, número superior al que puede hallarse en la boca de cualquier otro animal de este grupo. Su alimento es el mismo que el de la marsopa, pero le gustan los mariscos y los peces que nadan con rapidez.
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