Los monos vivarachos que viven en la india y en América
Los más conocidos entre los monos americanos son el coaitá y el aullador. El primero, llamado también mono araña, tiene el cuerpo pequeño y delgado, y una hermosísima cola, que lleva formando una graciosa curva por encima del lomo, cuando no la emplea para trepar. Parece que este mono debería poder andar mejor que los antropomorfos, pero no sabe hacerlo. Para dar algunos pasos por el suelo es preciso que guarde el equilibrio moviendo sin cesar la cola de uno a otro lado. Vive en los bosques y salta de una a otra rama con una soltura y agilidad admirables. Andan en grupos y cuando se trasladan de un lugar a otro, lo hacen en fila, con un mono viejo abriendo la marcha y las monas cargan a los monitos sobre su espalda; si uno de éstos se cae, la madre no se detiene a recogerlo, el monito trepa sobre la mona más próxima, la que lo lleva hasta que paran a descansar o a comer. El aullador es un animalito de unos 50 centímetros de longitud, cola larga, muy prensil y garganta muy abultada, debido al gran desarrollo del hioides, que forma una verdadera caja de resonancia que da extraordinaria sonoridad a su voz. Su aullido es mucho más temible que sus mordiscos, pues suena de un modo espantoso y no cesa en toda la noche.
Los monos de la India debieran ser los más felices entre todos los de su grupo, ya que son considerados como animales sagrados. Disponen, para vivir, de magníficos jardines, boscajes y templos, pero suelen introducirse en las ciudades o aldeítas, invadiendo las tiendas o bazares. ¡Ay de aquél que se; atreva a matar a uno de esos seres animados!
No deja de resultar molesto el encontrádselos en todas partes, hasta corriendo por encima de los alimentos que han de comer las personas... No obstante, si se los trata bien, pueden convertirse en animales caseros. Y la siguiente anécdota prueba cuan graciosos e inteligentes son.
Un caballero que vivía en la India iba a emprender un viaje de recreo, y rogó a uno de sus amigos que le cuidase una de sus monas. “Es muy buena y muy inteligente -le dijo-, y le h¡2 enseñado a vigilar a cuatro perritos que tengo”. El amigo se encargó, pues, de la mona y de los cuatro cachorros, resultando ejemplar la conducta de los animalitos. La mona atendía con tanto esmero a los cachorros, y éstos eran tan obedientes, que parecían unos niños cuidados por su niñera. El amigo estaba tan satisfecho de ese comportamiento, que un. día!, como premio, le ofreció a la mona un puñado de nueces.
.Ésta se encontró entonces ante un problema de difícil solución. Si se sentaba para comer las nueces, sus dos manecitas estarían ocupadas, y los cachorros podrían extraviarse, lo cual deseaba evitar a toda costa. Arrugaba la frente, a fuerza de pensar en el modo de salir del paso, pues, por una parte, tenía muchas ganas de comerse las nueces, y por otra, quería guardar a los perritos que le habían confiado. Por fin, halló un medio de resolver la dificultad.
Cogiendo a uno de los cachorros, lo colocó; con la cabeza vuelta hacia la puerta y con la cola en dirección al centro del aposento; puso al segundo de cara a la ventana y con la cola también hacia el centro de la habitación; al tercero lo volvió de cara a la pared, con la cola junto a las de los otros dos; y el cuarto fue colocado con la cabeza hacia la chimenea y la punta de la cola tocando las puntas de las de los demás. De manera que los cuatro perritos estaban colocados formando una cruz, con las cabezas vueltas hacia fuera y las colas hacia dentro. La mona se sentó entonces en el centro, sobre los extremos de las cuatro colas, consiguiendo de este modo, sin hacerles ningún daño, impedir que se alejasen los cachorros mientras ella cascaba las nueces y se las comía.
Los cinocéfalos o monos de cabeza de perro, si bien de talla inferior a los antropomorfos, son más grandes que los demás monos. Viven en las regiones montañosas de África, y suelen bajar de noche a los poblados para comerse el trigo de los campos y la fruta de los huertos. Su aspecto no es nada atractivo, tienen la boca muy grande, con dientes tremendos, y hocico como los cerdos. Algunos de ellos se distinguen por una cola extraña, que les sale muy arriba del lomo, y cuyas curvas semejan las de un asa. Van a cazar en grandes manadas, siendo pocos los animales que se atreven a atacarlos. A este grupo pertenece el papión, venerado por los antiguos egipcios; pero el más raro de todos, que es el mandril, tiene cola muy corta, colocada verticalmente, y grandes callosidades en las nalgas. Esta especie de monos presenta animales estrambóticos. En lugar de ser de color pardo, gris o negro, el mandril ostenta los colores más vistosos; como el morado, el azul, el rojo y el carmesí. El extremo del hocico es rojo, y los surcos profundos que tiene: a cada lado de la cara, son azules o encarnados, en tanto que las partes traseras son de color morado. Es un animal de aspecto repulsivo.
Los monos de esa especie son tan feos y feroces, que es difícil encariñarse con ellos; sin embargo, si se les coge jóvenes, es posible amansarlos.
Había uno en el jardín zoológico de Dublín que sentía mucho cariño por el director, doctor Ball. Siempre que este señor pasaba cerca de la jaula, le decía algunas palabras al mono y le acariciaba la cabeza; pero un día que acompañaba a cierto personaje para enseñarle la colección zoológica, se olvidó del mandril. Éste se resintió profundamente, y la próxima vez que su amigo vino a verlo no quiso acercarse a él; nunca olvidó el agravio, y transcurrió mucho tiempo sin que hiciera caso alguno del doctor. Ahora bien, cuando un mono está triste o enojado, no suele vivir mucho tiempo, y éste de que se trata se puso muy enfermo.
Llegó un día en que no pudo ya casi moverse. El director fue a verlo, y el mono, arrastrándose penosamente hasta la reja, alargó la mano a su antiguo amigo; luego el pobre animal fue a morir en un rincón.
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