La enorme fuerza del chimpancé y el gran vigor del gorila


Los adelantos modernos en el cuidado de los animales en los parques zoológicos permiten que en algunos de ellos se exhiban soberbios ejemplares de gorilas; pero siempre son animales delicados a la vez que peligrosos, y se hallan mejor en su ambiente nativo, que es el de las grandes y sombrías selvas; allí no suelen hacer daño a nadie; no atacan al hombre ni a ningún animal, con tal de que se los deje en paz. Se alimentan únicamente de frutas y de hierbas, si bien cazan de cuando en cuando algún pájaro o se comen los huevos de los nidos. Forman grupos de familias, durmiendo en general la hembra y las crías en camas que se preparan con ramas entrelazadas en las partes bajas de los árboles, mientras que el macho lo hace en el suelo.

En los parques zoológicos hay a veces algún chimpancé joven, pero rara vez vive lo bastante para llegar a ser uno de esos seres corpulentos que habitan las selvas africanas. Pocas son las oportunidades en que ha podido cogerse a un chimpancé adulto, pues, lo mismo que los gorilas, se defienden con ahínco cuando se les ataca. No inspiran, sin embargo, tanto temor como aquellos, porque tampoco tienen su tamaño ni su fuerza. Los que alcanzan mayor desarrollo sólo miden poco más de un metro; pero, como poseen unos dientes enormes y unos brazos robustos, se defienden de tal modo, que es difícil cogerlos vivos. No son tan fieros como el gorila, y cuando se les acomete tratan de huir, siempre que sea posible; sólo embisten si no pueden escapar. Viven en las mismas regiones de África en que se encuentra el gorila pero ocupan un área mucho mayor. Son muy ladrones, y roban las cosechas de legumbres o de frutas, siendo éste el motivo por el cual los persiguen los indígenas.

Si se lo coge de joven, es posible domesticarlo, convirtiéndose entonces en compañero muy entretenido. Al gran explorador y misionero inglés David Livingstone le regalaron uno de esos animalitos, que llegó a encariñarse sobremanera con su amo. Cuando éste se disponía a salir, el chimpancé le alargaba la mano para que lo llevara con él a paseo, y si lo dejaban solo, lloraba como un niño. Cuando no iba de paseo, se construía una especie de nido, con hierbas, hojas y ramas, ocultándose debajo de ellas, como acostumbraba hacerlo cuando vivía en estado salvaje. Si se acercaba un indígena o un perro, corría a arrimarse a Livingstone, y con el lomo apoyado en las piernas de sumo se apercibía a la pelea, como pudiera hacerlo un perro fiel, temeroso de un ataque.