Una cosa que lo mismo puede hacer un niño que el hombre más hábil


Cuando están descubiertos los cabos de la seda, el operario junta cuatro o cinco de ellos, los pasa por un corchete muy fino de cristal o de metal pulimentado y, dejando que los capullos permanezcan en el agua, devana toda la seda que puede utilizarse de cada capullo. Los hilos se van arrollando en una rueda de gran tamaño, siendo necesario cuidar de que las hebras no se peguen una a otra. En los países de Oriente y en ciertas partes de Europa, la maquinaria que se emplea es de una sencillez verdaderamente primitiva; pero en las fábricas importantes hay máquinas mucho más complicadas. El principio, sin embargo, siempre es el mismo; y el hombre más hábil no podría, en lo tocante a esa parte de la operación, hacer una labor más perfecta que un niño algo ejercitado en esta faena.

Luego que la seda ha sido arrollada en las devanaderas, se halla en condiciones de pasar a manos del fabricante, efectuándose, a continuación, toda una serie de operaciones. Es preciso, en primer lugar, quitarle a la seda toda la goma que ha quedado en ella, sin lo cual no ofrecería aquel aspecto lustroso que la hace tan atractiva. Luego se la ha de lavar pasándola por agua hirviendo, batir, y purificar por medio de ácidos; y este proceso de purificación puede efectuarse también dejando fermentar la seda en un depósito de agua jabonosa donde permanece durante varias semanas. Vienen después una serie de lavados, y por último, el secado.