Los huvos del gusano de la seda que fueron llevados a Eurpoa dentro de una caña de bambú
Si el objeto de la visita de aquellos religiosos hubiese llegado a ser descubierto, con seguridad les hubiera costado la vida. Lo sabían muy bien, y procedieron, por tanto, con suma cautela. En cuanto hubieron obtenido la anhelada provisión de huevos, los escondieron en una caña de bambú y se la llevaron a Constantinopla, para entregarla al emperador romano que reinaba en lo que fue luego capital de Turquía. El emperador se mostró satisfechísimo; los huevos fueron incubados, y por primera vez se vieron en Europa cierto número de gusanos de seda. Como de cada mariposa hembra se originan 500 o más gusanos que, a su vez, no tardan en multiplicarse, resultó que los dos frailes habían traído en su cañita de bambú el más espléndido de los tesoros.
El emperador hizo instalar una fábrica de sederías en su mismo palacio, no permitiendo que fabricasen telas de dicho material más que las personas designadas por él. Pero, andando el tiempo, los gusanos de seda fueron llevados a otros países. En Italia y Francia, muchas ciudades adquirieron fama por sus industrias de sedería. Algunos franceses perseguidos por motivos de religión, se refugiaron en Inglaterra y dieron a conocer allí el secreto de las manufacturas de seda, no tardando la nueva industria en adquirir gran importancia en aquel país. En Alemania e Inglaterra se han esforzado, con escaso éxito, por criar gusanos; claro es que su importancia ha disminuido con la fabricación de fibras sintéticas. También se han hecho ensayos de sericicultura en Estados Unidos de América, donde se han plantado muchísimas moreras de las cultivadas en el sur de Francia e Italia, y que pertenecen a la especie oriunda del Extremo Oriente; pero tampoco se ha logrado éxito. Las grandes manufacturas estadounidenses de telas y cintas de seda han de importar, por tanto, de igual modo que las de Inglaterra, la seda cruda de Europa, de China o de Japón.
En el siglo xix estalló terrible epidemia entre los gusanos de seda de Francia y de Italia. A pesar de esa enfermedad, no dejó de haber siempre cierto número de gusanos que seguían produciendo seda, y la industria no quedó nunca paralizada del todo; pero las pérdidas acarreadas a aquellos dos países fueron cuantiosas.
Hasta entonces no se había sentido en Europa la necesidad de acudir otra vez a Oriente para procurarse una nueva provisión de huevos del gusano de seda. Por espacio de 1.300 años fueron suficientes para abastecerla los millones de gusanos descendientes de los que salieron de aquellos huevos llevados a Constantinopla, dentro de una caña de bambú, por los dos frailes del tiempo de Justiniano.
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