La mandíbula inferior de las serpientes se compone de dos piezas
Hay rasgos comunes en todas las serpientes: sus párpados no son movibles cómo los de los lagartos; la piel está cubierta de escamas, pequeñas en el dorso y de mayor tamaño en la región ventral; en la cabeza presentan! escudetes cuya forma y disposición son características para cada especie!. Toda la piel, y los ojos, se encuentran recubiertos de una película córnea, que se desprende varias veces al año. Esta película, llamada vulgarmente piel de la serpiente, es transparente y presenta la marca de las escamas; comienza a desprenderse a la altura de los labios y se va dando vuelta ¡hacia atrás, como un dedo de guante,! hasta que el animal logra salirse totalmente de ella. Las serpientes son en su mayoría ovíparas, es decir que nacen de huevos que generalmente incuba el sol, pero en algunos casos son ovovivíparas, o sea que los pequeños nacen vivos, si bien provienen de un huevo del que salen en el momento de ser puesto. Pero lo más sorprendente es su mandíbula inferior, formada de dos piezas independientes aunque reunidas en sus extremos anteriores por un ligamento elástico) Gracias a esta disposición, pueden \ sujetar su presa por un lado y abrir su horrible boca por el otro, tanto más cuanto se lo permite la particular articulación de las mandíbulas superior e inferior, entre sí.
No es fácil que la presa se escape. Sus dientes están curvados hacia adentro, de modo que la víctima queda más sujeta cuanto más pugna por huir. Moviendo además alternativamente las dos mitades de la boca, se traga el animal con facilidad.
La fuerza y dilatabilidad de la boca, el cuello y el cuerpo entero son admirables. Ninguna serpiente mastica lo que come; lo traga entero. Cuando es un cordero, un ciervo joven o un perro grande, el cuerpo del reptil se dilata considerablemente. Una serpiente que había engullido a una cabra pereció destrozada por los cuernos de este animal. Dícese, por otra parte, y con aparente razón, que la boa no puede tragar ningún animal de mayor corpulencia que la de una oveja de tamaño mediano.
Roban los huevos y las crías que encuentran en los nidos, y se cuelgan cabeza abajo para arrojarse sobre los perrillos o los ciervos jóvenes que pasen a su alcance. Una serpiente venenosa no vacila en atacar y morder al hombre.
Entre los fieles indígenas que acompañaron el cadáver del doctor David Livingstone, de cuyos trabajos de exploración en África hablamos en otro lugar, hasta la costa de Zanzíbar, iba una muchacha llamada Losi. Habiéndose apartado un poco de la comitiva para traer agua, fue acometida por uno de estos terribles animales y recibió en la pierna una grave mordedura que le ocasionó la muerte al cabo de diez minutos. Los compañeros de la víctima, después de darle sepultura, prosiguieron su camino; y uno o dos días más tarde fueron alcanzados por un árabe, el cual les dijo que al pasar por aquel mismo sitio con otra comitiva, uno de sus amigos había sido mordido por una serpiente, que supusieron debía de ser la misma que causó la primera desgracia. La víctima de esta nueva mordedura había muerto casi instantáneamente. Dijoles también que, al buscar un lugar adecuado para enterrarla, habían hallado la sepultura de la pequeña Losi y que habían depositado en ella el cadáver de su infortunado compañero.
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