El misterio de la admirable cola de la serpiente de cascabel
Vamos a tratar ahora de la más terrible de las víboras, la serpiente de cascabel.
El crótalo o serpiente de cascabel es el representante principal de la familia llamada de las serpientes de foso, no porque vivan en fosos, sino porque tienen en la cabeza una profunda señal o depresión. Algunas viven en Asia y América, y aunque su longitud no excede de 2,40 metros, son de los reptiles más temibles, pues les basta un mordisco para inmovilizar a un hombre. Estas serpientes comen conejos, ratas, ratones, ranas, ardillas y otros pequeños animales.
Un carácter distintivo de estas serpientes es el cascabel que llevan en el extremo de la cola, formado por segmentos córneos, secos y duros, constituidos por trozos de piel que persisten cuando el animal realiza la muda. En los individuos viejos se compone de numerosos anillos, y sirven para denunciar su presencia. La serpiente de cascabel es muy irritable; él ruido del viento o la vista de un hombre o de un animal lejanos, bastan para encolerizarla, y entones se levanta y hace sonar su cola. Los animales conocen su ruido característico y huyen despavoridos. Ignoramos si al hacerlo se propone sólo aterrorizar a su presa indefensa, o si trata únicamente de ahuyentar a los animales cuando no tiene fuerzas o deseos de combatir con ellos, o en fin, si quiere tal vez ponerse en comunicación con los otros reptiles de su especie. Cuando una de estas serpientes sacude la cola, todas sus congéneres la imitan a modo de contestación. Los cerdos han contribuido mucho a reducir el número de las serpientes de cascabel. No parecen darse cuenta de su mordedura ni temen los colmillos de tan terrible animal. Aun después de recibir dos o tres mordeduras, los cerdos continúan comiéndosela como si se tratase de un manjar delicado. Se recuerda haber visto en algunas regiones de América enormes masas formadas por las serpientes de cascabel que enroscadas unas a otras dormían el sueño invernal. Dícese que sólo con el fin de reunirse, algunos de estos reptiles recorrían treinta o cuarenta kilómetros, y en más de una ocasión se las vio regresar a su reglón natal con igual seguridad que un ave migratoria.
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