¿Es verdad que se cansan el hierro y el acero?


Al hablar de algo que se cansa, creemos naturalmente que se trata de un ser viviente, como nosotros mismos. Ya sabemos que, cuando no estamos cansados, podemos hacer ciertas cosas; pero, cuando lo estamos, hay algo en nuestro cuerpo que nos impide hacerlas. La palabra que debe usarse con más propiedad para expresar este estado es fatiga. Si tomamos, pues, un trozo de acero, como una navaja de afeitar, que puede hacer ciertas cosas, tales como cortar muy fino, etc., y la hacemos trabajar con exceso, como diríamos, por ejemplo, de un caballo, veremos que no corta como cortaba antes, por más cuidado que pongamos en preparar el filo. Algo le habrá pasado a la navaja que le impide hacer lo que podía hacer antes. Tenemos, pues, poderosos motivos para calificar de cansancio el estado en que se halla, como en casos semejantes lo calificamos en nosotros mismos.
La fatiga de los metales, como se llama, es hoy un hecho conocido por todos. A veces puede ser de muchísima importancia en el empleo de herramientas y maquinarias, pues cualquiera puede advertir cuándo la navaja que usa necesita descanso. Pero la fatiga de los metales es también interesante en otros sentidos, especialmente cuando se empieza a aprender cómo depende de dicha fatiga la manera en que las moléculas del acero se juntan unas con otras. Porque puede ser también que, si pudiésemos conocer completamente las causas de este cansancio que se apodera de las navajas de afeitar y otras cosas por el estilo, quizás comprenderíamos mejor la fatiga en nosotros mismos, y sabríamos cómo prevenirla o cómo curarla.