¿Por qué los sonidos pueden ser oídos y no vistos?


Si alguien dijera que jamás ha visto sonido alguno, no sería de extrañar, toda vez que los sonidos se oyen y no se ven. Las ondas sonoras que oímos, aunque no podamos verlas, son, en realidad, tan admirables como las ondas que se forman en el agua. La diferencia entre el aire y un océano no es, en último término, muy notable. Si fijamos la atención en dos peces sumergidos en el mar o en un lago, cada vez que uno de ellos agita la cola producirá una onda en el agua que podría sentir el otro.

Cuando hablamos, cantamos o damos una palmada, producimos en el aire una onda muy semejante a la del agua, que produce en los que nos rodean una sensación especial, llamada audición. La audición no es más que una impresión que experimentamos en los oídos. Estas ondas que se producen en el aire se propagan con gran rapidez y son extremadamente menudas; pero, a pesar de su pequeñez, tienen muy diferentes tamaños. Las diversas clases de ondas engendran distintos sonidos. Si producimos en el aire una onda irregular, no por eso deja de propagarse, y cuando la percibe el oído experimenta una sensación más bien desagradable, que es lo que designamos con el nombre de ruido. Pero si canta una persona, o arrancamos a un piano alguna nota, la onda que se produce es regular, uniforme y suave, y el oído experimenta al recibirla una sensación agradable, que es lo que denominamos un sonido verdaderamente musical.