¿A dónde nos transportamos durante el sueño?
Desde luego pueden estar tranquilos los lectores, que no nos transportamos a ningún sitio. Aunque no veamos, ni oigamos, ni nos demos cuenta alguna de nada de lo que nos rodea, en el mismo lugar permanecemos; y, por muy profundamente que durmamos, la actividad de nuestra imaginación, nunca cesa, haciéndonos ver que hacemos cosas que no ejecutamos. Esto ocurre cada vez que soñamos, y a fe que lo hacemos más veces de lo que nadie se imagina: lo que sucede es que no nos acordamos después, al despertar. Antiguamente creían los salvajes que las personas se marchaban a algún sitio cuando se quedaban dormidas, y los sueños eran el principal motivo que les inducía a pensar de esta manera, pero esto es un error tan grosero que, en realidad, no merece que nos detengamos a refutarlo.
Los sueños ocasionan temores y sobresaltos a los supersticiosos que creen en ellos y los interpretan de una manera fantástica; pero no deben preocuparnos en lo más mínimo. Ellos precisamente nos prueban que no nos transportamos a ningún otro sitio, porque son casi siempre debidos a algún agente exterior que nos molesta, y, claro es, que nada nos perturbaría si nos hubiésemos ausentado.
Cosas tan nimias como el viento que silba en la chimenea, o una hoja que golpee nuestra ventana, pueden hacernos soñar. Pero lo que con más frecuencia nos perturba es el estómago. Si comemos demasiado antes de irnos a acostar, y, sobre todo, si ingerimos substancias de difícil digestión, nuestro cerebro se perturba durante la noche, y parte de él se despierta, aunque no lo suficiente para que nos demos cuenta del lugar donde nos hallamos. Los ruidos también nos hacen soñar con frecuencia, porque nos perturban asimismo el cerebro. Pero esto no ocurriría si no nos hallásemos presentes para recibir su impresión.
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