¿Por qué los modernos ascensores automáticos gobernados por cerebros electrónicos permiten hacer rascacielos más altos?


Uno de los problemas más importantes que debe considerar un arquitecto al proyectar un moderno rascacielos es el de dotarlo de suficientes ascensores, que trasladen con rapidez y comodidad a las personas. Pero a medida que aumenta el número de pisos que tendrá el edificio que se proyecta, se hace necesario destinar cada vez mayor superficie de la planta a la ubicación de los ascensores. Llega un momento en que el edificio proyectado es tan alto que toda la planta debería utilizarse para ascensores. Más allá de cierto número de pisos es imposible continuar. Esta limitación a la altura de los edificios es hoy salvada gracias a los ascensores automáticos, cuyas operaciones están dirigidas por esa maravilla de la técnica moderna calificada de cerebro electrónico.

Estos ascensores tienen balanzas, disimuladas en el piso, que informan al cerebro electrónico cuando hay alguna persona en el interior de ellos. Si transcurrido un tiempo prudencial el pasajero no oprime el botón de su piso, un altavoz que hay en el ascensor le pide amablemente que así lo haga. Si llega una persona cuando las puertas corredizas se están cerrando, unos tubos electrónicos supersensibles que recogen las radiaciones del cuerpo humano hacen que las puertas se abran. Todo el movimiento de ascensores está regulado por el cerebro electrónico. Éste recibe datos de las cargas y posiciones relativas de los ascensores, direcciones de marcha, número de llamadas en cada piso, tiempo que han aguardado los que llaman, etc. Con todos estos datos el cerebro electrónico resuelve instantáneamente una serie de complicados problemas, y, como resultado de ello, los ascensores funcionan con el máximo de eficacia y en el mínimo de tiempo. No se acumulan donde no hace falta, ni desaprovechan viajes yendo vacíos, ni hacen escalas inútiles cuando están llenos y todos sus pasajeros van a la planta baja. Así, por ejemplo, en un gran edificio se comprobó que diez ascensores automáticos prestaban el mismo servicio que dieciséis aparatos maniobrados por operarios.

Los ascensores automáticos, más eficientes que los comunes, no ocupan tanto espacio como éstos en la planta de los edificios y, por lo tanto, será posible que los rascacielos alcancen mayor altura, al evitarse el inconveniente del espacio enorme que requieren en la planta arquitectónica los ascensores comunes.