¿Han de tener fin todas las cosas?


Nos vienen en un momento a la memoria un centenar de cosas que tienen fin, como, por ejemplo, un cabo de cuerda, un bastón, una llama que se extingue, un río, una carrera. El fin de todas estas cosas podemos observarlo con nuestros propios ojos. Podemos recordar asimismo otro centenar de cosas que terminan para nosotros, tales como una tempestad que cesa, por lo que a nosotros respecta, aunque no podamos decir que la lluvia haya terminado realmente, porque la tempestad puede haberse corrido hacia otra parte. Podemos contemplar asimismo el paso de un buque en el mar, y este hermoso espectáculo tiene igualmente fin para nosotros, porque perdemos de vista a la nave, pero no para otros observadores que se encuentren más próximos a la nueva situación del buque en marcha.

Hay otras cosas que nosotros mismos podemos hacer que terminen o no, pues se hallan bajo nuestro dominio. Existen numerosas costumbres que debieran desterrarse enteramente de entre los pueblos civilizados, y que los hombres podrían suprimir con sólo quererlo, como pueden detener a voluntad la marcha de un reloj.

Se ha construido un reloj que se dice tiene cuerda para diez mil años, de suerte que bien pudiéramos pensar que su movimiento no tiene fin. Sin embargo, podemos tener la certeza de que los materiales que componen este reloj se destruirán mucho antes de que transcurra tan largo espacio de tiempo, lo cual nos lleva directamente a lo que nos proponemos con esta pregunta. Sabemos que nada puede aniquilarse por completo, y de aquí se deduce que nada tiene fin de una manera absoluta. Pero la forma y apariencia de las cosas pueden tener fin. Los materiales que integran el reloj pueden destruirse; pero aunque dejen de constituir un reloj seguirán existiendo bajo otra forma, que podemos llamar polvo; y no cabe duda de que, al cabo de millones de años y merced a la acción de las fuerzas naturales que actúan incesantemente, es muy posible que vuelva a transformarse en la misma materia que fue un día y que otro artífice construya un nuevo reloj con ella. Y de esta suerte, lo mismo que el reloj tiene fin como tal reloj, la pared que lo sostiene tendrá fin asimismo como tal pared; la casa de que forma esta pared dejará de ser una casa; la calle en que la casa ubica dejará de ser una calle; la ciudad que la calle atraviesa desaparecerá de la haz de la Tierra, y aun este mismo planeta dejará de ser lo que es hoy, dejará de existir bajo la forma que actualmente tiene. Pero, aunque el hombre no ha aprendido todavía todo lo que debe aprender, nuestros conocimientos nos dicen de un modo rotundo que la Tierra no podrá ser destruida jamás, por mucho que su forma varíe. Hablamos con frecuencia de que las cosas so destruyen, pero en realidad no se destruye nada: sólo se altera su forma, su apariencia.

así, pues, lo que en todos los casos finaliza no son las cosas, sino la estructura que tienen. Este libro dejará de existir en la forma en que lo tenemos en nuestras manos; pero las enseñanzas que nos ha comunicado, los sentimientos que su lectura ha hecho brotar en nuestros corazones, permanecerán en nosotros ejerciendo una beneficiosa influencia durante toda la vida. Aprendemos, no obstante, y de una vez para siempre, que la bondad no muere, que todo este hermoso mundo y esta admirable vida nuestra no fueron creados por Dios para vivir unos cuantos años y morir después. Los cambios que en la Naturaleza se efectúan son a veces superiores a lo que nuestra inteligencia alcanza a comprender, y el último cambio que conocemos, el sueño al cual llamamos muerte, es el más extraño de todos. Pero, en último caso, es un sueño, no es un fin.