Parte 6
Corre, corre, y corre en vano
Porque cuanto más avanza
Más cerca a mirar alcanza
El cadáver de su hermano.
No encuentra término al llano,
Y ve con ansia cruel
Los ojos del nuevo Abel
De eterna sombra cubiertos.
Siempre fijos, siempre abiertos,
Siempre clavados en él.
Nunca el torpe matador
De su víctima se aleja,
Y el miedo ver no le deja
Que va de ella en derredor.
Al fin recoge el traidor
De sus maldades el fruto:
Que a veces Dios, en tributo
A su justicia ofendida.
Todo el dolor de una vida
Reconcentra en un minuto.
Su ronda desesperada
Sigue con bronco resuello,
Puesto de punta el cabello
Atónita la mirada.
En su fuga acelerada
Apenas el suelo toca,
Cuanto más en su loca
Carrera el triste se ofusca,
Más le estrecha, más le busca,
Más el muerto le provoca.
Precipítase sin tino,
Y aumentado sus terrores,
Los espectros vengadores
Le acosan en el camino.
Gira como un remolino
Sin detenerse jamás,
Y va ciego, y cuanto más
Huye, ve más espantado
El cadáver siempre al lado
Y el lebrel siempre detrás.
Nada su pavor mitiga,
Y su marcha abrumadora
Se prolonga hora tras hora
Sin ceder a la fatiga.
Su propio crimen le hostiga
Con creciente frenesí,
Hasta que fuera de sí,
Crispado, lívido, yerto,
Se desploma junto al muerto
Gritando: -¡Infeliz de mí!
Cuando su manto repliega
La triste noche sombría.
Tres muertos alumbra el día
En la solitaria vega:
Don Luis, que en sangre se anega
yace en tranquilo sueño,
Don Juan, cuyo torvo ceño
Muestra su angustia final,
el lebrel, noble y leal,
Tendido a los pies del dueño.
¡Conciencia, nunca dormida,
Mudo y pertinaz testigo
Que no dejas sin castigo
Ningún crimen en la vida!
La ley calla, el mundo olvida;
Mas ¿quién sacude tu yugo?
Al Sumo Hacedor le plugo
Que a solas con el pecado,
Fueses tú para el culpado Delator,
juez y verdugo.
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