FAMOSA ORACIÓN DE MARCO ANTONIO - Guillermo Shakespeare

Guillermo Shakespeare (1564-1616), poeta y dramaturgo inglés, llamado el Cisne del Avon, por su talento maravilloso y su genio creador está considerado como la primera figura dentro de la literatura de su patria y una de las más grandes del mundo de todos los tiempos. Todos los sentimientos y las pasiones que agitan el corazón humano hallan amplio eco y palpitan en sus dramas, cuya grandiosidad sacude las fibras más íntimas del espectador. Ésta es una de las más famosas oraciones escritas por Shakespeare, cuyas obras abundan en tales discursos oratorios. Fue pronunciada por Marco Antonio, amigo de Julio César, ante el cadáver de éste, después de haberse llevado a cabo el complot en que murió asesinado el gran guerrero romano. Marco Antonio trataba de ganar el pueblo a la causa de los amigos de César. La obra de donde se ha tomado esta oración es el célebre drama “Julio César”.

Amigos y romanos
Compatriotas, atención prestadme;
A enterrar, no a ensalzar a César vengo.
Al hombre sobrevive el mal que hizo;
El bien se entierra con el cuerpo a veces:
Se hará con César. El honrado Bruto
Os ha dicho que César fue ambicioso;
Si lo fue, falta inmensa fue la suya,
E inmensamente César lo ha purgado.
De Bruto y de los otros con la venia
-Porque varón pundonoroso es Bruto-
Todos lo son -pundonorosos todos-
Al funeral de César vengo a hablaros.
Mi amigo fue, constante y fiel conmigo:
Mas Bruto afirma que ambicioso era.
Y Bruto es un varón pundonoroso.
Infinitos cautivos prisioneros
Él a Roma nos trajo, y sus rescates
El público tesoro repletaron.
¿Esto ambición en César parecía?
Viendo al pobre llorar, César lloraba,
Es la ambición de material más rudo:
Mas Bruto afirma que ambicioso era,
Y Bruto es un varón pundonoroso.
Cuando en las Lupercales -bien lo visteis-
Tres veces le ofrecí regia corona,
Rehusó tres veces. ¿Ambición es esto?
Mas Bruto afirma que ambicioso era,
Y es, sin duda, varón pundonoroso.
Contradecir a Bruto no pretendo.
A hablar de lo que sé tan sólo vine.
Lo amasteis una vez y no sin causa...
¿Qué causa, pues, detiene vuestro llanto?
Razón, asilo entre las fieras busca,
Que los hombres prescinden de su juicio.
Vuestro perdón reclamo, que con César
En su ataúd mi corazón se halla,
Y hablar no puedo hasta que al pecho torne.
Ayer pudo de César la palabra
Contrarrestar el mundo. Muerto ahí yace.
Y ya ni el más humilde lo respeta.
¡Oh señores! si acaso pretendiese
Los corazones excitar, las almas
A rebelarse, a enfurecerse, en daño
De Bruto y Casio fuera: y bien os consta
Que ambos varones son pundonorosos.
No es mi ánimo ofenderlos, no; prefiero
Ofender a los muertos, a mí mismo,
Y a vosotros también, que hacer ofensa
A tan pundonorosos ciudadanos.
Mas tengo en mi poder un pergamino,
De César con el sello. En su bufete
Lo hallé. Su voluntad postrera es ésa.
Que oiga el pueblo tan sólo el testamento
-Que leer no es mi ánimo-; escuchadme,
Y del difunto César las heridas
Querréis besar y en su sagrada sangre
Niños empaparéis. De él un cabello
Reclamaréis como eternal memoria;
Y al morir y al testar, a vuestros hijos
Los legaréis cual valiosa herencia.
Si acaso tenéis lágrimas, ahora
Preparados estad para verterlas.
Todos recordaréis el manto este,
Yo cuando César lo estrenó recuerdo:
En una tarde de verano era,
Y en su tienda se hallaba. En ese día
Fue de los nervios vencedor: miradlo.
Aquí el puñal de Casio deslizóse;
La brecha ved del envidioso Casca;
Aquí la herida de su amado Bruto:
Y al retirar el hierro maldecido,
Ved cuál de César se agolpó la sangre,
Cual si fuera de casa le siguiese
A averiguar resuelta si era Bruto
Quien de manera tan cruel llamaba.
Juzgad, ¡oh dioses!, si lo amaba César.
Fue el golpe más cruento de entre todos
El gran César, al ver su acometida,
La ingratitud, venciéndolo, lo postra,
Más fuerte que puñales de traidores,
Y estalla al fin su corazón potente;
Y su faz encubriendo con el manto,
A los pies de la estatua de Pompeyo,
Que su sangre tiñó. cayó el gran César!
¡Cuánto con él cayó, compatriotas!
Yo entonces, y vosotros, todos juntos
Caímos también; y la traición sangrienta
En tanto floreció sobre nosotros.
Ahora lloráis. Os punza, ya lo veo,
La compasión. ¡Oh lágrimas benditas!
¡Almas nobles! ¿Lloráis al ver tan sólo
De nuestro César las heridas vestes?
Mirad, aquí. ¡Mirad aquí su cuerpo;
Ahí lo veis por traidores lacerado!

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Amigos excelentes,
Caros amigos míos, no os conmueva
Mi voz a rebelión tan repentina:
Pundonorosos son los que esto hicieron.
Por desgracia, quizás, privada queja,
Ignorada de mí, movió sus brazos.
Discretos son y son pundonorosos;
Y razones darán que os satisfagan.
No vengo a concitar vuestras pasiones,
Amigos. Orador no soy, cual Bruto,
Sino, cual todos me conocen, franco,
Hombre sencillo que a su amigo amaba,
Y esto lo saben bien los que me dieron
Para hablar de él aquí pública venia.
Ni inteligencia tengo, ni palabra,
Ni mérito, ni estilo, ni ademanes,
Ni el don de la oratoria que enardece
La sangre de los hombres -hablo al caso
Y os digo lo que todos ya conocen,
Del noble César muerto las heridas
-¡Ay pobres, mudas bocas!- y les pido
Que ellas hablen por mí. Si fuera Bruto,
Bruto fuera Antonio, hubiera Antonio
Que exasperara vuestras almas; lengua
Cada herida de César mostraría
Que las piedras de Roma conmoviendo
En rebelión a alzarse la forzara.

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Sed pacientes,
Caros amigos. Leéroslo no debo.
No está bien que sepáis cuánto os amaba.
Ni toscos leños sois, ni sois de piedra;
Sois hombres, y cual hombres, de seguro
Que de César oyendo el testamento,
Se encenderá furiosa vuestra sangre,
Y perderéis el juicio: no es prudente
Que sepáis que herederos os declara.
Si lo supierais, ¡qué no aconteciera!

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¿Calma tendréis? ¿Os mantendréis tranquilos?
Más de lo justo, al mencionarlo, dije:
Y me temo, tal vez, causar ofensa
A esos pundonorosos ciudadanos
Que a César traspasaron con sus dagas.
En verdad que lo temo.

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¿A leéroslo, pues, queréis forzarme?
Pues el cadáver circundad de César,
Y mirad al autor del testamento.

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¿Merece César el cariño vuestro?
No lo sabéis, pues bien, debo aclararlo.
El testamento de que hablé olvidasteis.

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¿Aquí lo veis! De César con el sello.
¿De Roma a cada ciudadano deja
-A cada cual- setenta y cinco dracmas!

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Y, además, os ha legado
Todas las quintas suyas, sus vergeles
Particulares, sus modernos huertos
A este lado del Tíber. Os lo deja
A vosotros, y a vuestros sucesores,
Por siempre, como público recreo,
Para allí pasear y divertiros.
¡Éste era un César! ¿Cuándo tendréis otro?