A CRISTÓBAL COLÓN - Rafael María Baralt
Rafael María Baralt, autor de este canto al descubridor del Nuevo Mundo, fue poeta notable, filósofo, historiador y literato de gran mérito, distinguiéndose principalmente por el profundo conocimiento que poseía del idioma español y su gran habilidad para usarlo. Es autor de un diccionario de galicismos, obra de gran mérito que lo revela maestro del lenguaje y que constituye un interesantísimo aporte a la depuración de la lengua castellana. Baralt nació en Maracaibo (Venezuela) en 1810, y murió en España en 1860. En esta poesía, el autor se refiere a la gloria de Colón, de Castilla y de la reina Isabel, destacando la inmensa resonancia e importancia de la hazaña colombina.
Tu frágil carabela
A Sobre las aguas con tremante quilla,
Desplegada la vela,
¿Dó se lanza llevando de Castilla
La venerada enseña sin mancilla?
Y abriéndose camino
Del no surcado mar por la onda brava,
Por qué ciega y sin tino,
Del pérfido elemento vil esclava,
La proa inclina a dónde el sol acaba?
¿No ves cómo a la nave
Desconocidos vientos mueven guerra?
¿Cómo, medrosa el ave,
Con triste augurio que su vuelo encierra,
Al nido torna de la dulce tierra?
La aguja salvadora,
Que el rumbo enseña y que a la costa guía,
¿No ves cómo a deshora
Del Norte amigo y firme se desvía,
Y a Dios y a la ventura el leño fía?
Y el piélago elevado,
¿No ves al Ecuador, y cuál parece
Oponerse irritado
A la ardua empresa; y cuál su furia crece;
Y el sol como entre nublos se oscurece?
¡Ay! que ya el aire inflama
De alígeras centellas lluvia ardiente,
¡Ay! que el abismo brama;
Y el trueno zumba; y el bajel tremente
Cruje, y restalla, y sucumbir se siente.
Acude, que ya toca
Sin lonas y sin jarcia el frágil leño
En la cercana roca;
Mira el encono y el adusto ceño
De la chusma sin fe contra tu empeño.
Y cuál su vocería
Al cielo suena; y cómo en miedo y saña
Creciendo, y agonía,
Con tumulto y terror la tierra extraña
Pide que dejes por volver a España.
¡Ay triste! ¡que arrastrado
De pérfida esperanza, al indo suelo
Remoto y olvidado,
Quieres llevar flamígero tu vuelo!
¿No ves contrario el mar, el hombre, el cielo?
La perla reluciente
Y el oro del Japón, buscas en vano;
En vano a Mangi ardiente;
Ni de las hondas aguas del Océano
Jamás verás patente el grande arcano.
¡Vuelve presto la prora
Al de Hesperia feliz, seguro puerto,
Donde el nauta llora,
Juzgándole quizá cadáver yerto,
La inconsolable madre el hado incierto!
Engañosa sirena
Vanamente el error cante en su lira;
¡Colón, clava la entena; Corre, vuela;
no atrás, avante mira;
Al remo no des paz; no temas ira!
¡Y aunque fiero, atronado,
Ruja el mar, clame el hombre y brame el viento,
En furia desatado,
Resista el corazón, y al rudo acento
De sus pinos aviva el movimiento!
Por la fe conducido,
Puesta la tierra en estupor profundo,
De frágil tabla asido,
Tras largo afán y esfuerzo sin segundo,
Así das gloria a Dios y a España un mundo.
¡Oh noble, oh claro día
De ínclita hazaña y la mayor victoria
De la humana osadía,
En fama excelso, sin igual en gloria,
Eterno de la gente en la memoria!
En la tostada arena
Te vio, sabio ligur, mojar en llanto,
De asombro el alma llena,
Y en voz de amor y de alabanza en canto
Entonar de David el himno santo;
De Cristo el alto nombre
Aclamar triunfador entre la gente,
Y un culto dar al hombre
Desde el gélido mar y rojo Oriente
Al confín apartado de Occidente;
Y la sacra bandera
Que nuevo Dios y nuevo rey pregona,
Al viento dar ligera
Del astro de los Incas en la zona,
Astro luego de Iberia y su corona.
La veleidosa plebe,
Humillada a tus pies, en plauso ahora
Al cielo el grito mueve;
Y el que del sol en las regiones mora
Ángel te llama y corno Dios te adora.
¡Qué humana fantasía
Dirá tu pasmo, y cuanto el pecho encierra
De orgullo y alegría!
Trocada en dulce paz, ve aquí la guerra;
Cual divina visión, allí la tierra.
No el que buscas ansioso,
Mundo perdido en tártaras regiones;
Mundo nuevo, coloso
De los mundos, sin par en perfecciones,
De innumerables climas y naciones.
De ambos polos vecino,
Entre cien mares que a su pie quebranta
El Ande peregrino,
Cuando hasta el cielo con soberbia planta
Entre nubes y rayos se levanta.
Allí raudo, espumoso,
Rey de los otros ríos, se arrebata
Marañón caudaloso,
Con crespas ondas de luciente plata,
Y en el seno de Atlante se dilata.
De la altiva palmera
En la gallarda copa dulce espira
Perenne primavera;
Y el cóndor gigantesco fijo mira
Al almo sol y entre sus fuegos gira.
Allí fieros volcanes;
Émulo al ancho mar, lago sonoro;
Tormentas, huracanes;
Son árboles y piedras un tesoro,
Los montes plata y las arenas oro.
¿Qué tardas? ¡Lleva a Europa
De tamaño portento alta presea!
Hiera céfiro en popa,
O rudo vendaval, que pronto sea,
¡Y absorto el orbe tu victoria vea!
El piélago sonante
Abrirá sus abismos: sorda al ruego
La nube fulminante
Su terrífica luz lanzará luego,
Y tinieblas, y horror, y lluvia y fuego.
Y del mar al bramido
Unirá contra ti la envidia artera
Su ronco horrible aullido.
¡Piloto sin ventura! ¿a qué ribera
Llegará tu bajel en su carrera?
¿Qué será de tu gloria?
Tu nombre entre las gentes difamado,
¿Morirá sin memoria?
O tal vez de las ondas libertado
¿Por tu empresa un rival será premiado?
Todo será: el delirio
De pérfido anhelar que vence, y llora;
Gozo, gloria y martirio;
Cadena vil y palma triunfadora;
Cuanto el hombre aborrece y cuanto adora
Mas, ¿qué a tu fe del viento,
Del rayo y la traición crudos azares?
Levanta el pensamiento,
¡Elegido de Dios! ¡hiende los mares
Y con nombre inmortal pisa tus lares!
No Argos más gloriosa
Llevó a Tesalia el áureo vellocino
De Coicos la famosa,
Ni de Palas guiada, en el Euxino
Con esfuerzo mayor se abrió camino.
De gente alborozada
Hierve ondeando el puerto, el monte, el llano,
Cual en tierra labrada
Mece la blonda espiga en el verano
Con rudo soplo cálido solano.
Y de ella sale un grito
De asombro y de placer que al mar trasciende
Con ímpetu inaudito:
¡Colón! exclama y los espacios hiende,
Al polo alcanza, hasta el empíreo asciende.
Del incógnito clima
¡Oh rey de Lusitania! los portentos
Y la mies áurea opima,
Llorando el corazón rudos tormentos
Airados ven tus ojos y avarientos.
De ti y de tus iguales
El anglio poderoso, el galo fuerte,
A las plantas reales
¿Un mundo no ofreció y excelsa suerte,
Del tiempo vencedora y de la muerte?
Si de Enrique tuvieras
El ánimo preclaro, ajena hazaña
En mal hora no vieras,
Ni el mar inmenso que la tierra baña
Hacer de entrambos mundos una España.
Ni a Iberia agradecida,
Del aurífero Tajo hasta Barcino,
Ofrenda merecida
De incienso y flores, cual a ser divino,
Rendirle fiel en el triunfal camino.
Su esfuerzo sobrehumano
Tus joyas, Isabel, trocó en imperios;
Por él ya el orbe ufano
Saluda tu estandarte y son hesperios
Del uno al otro mar los hemisferios.
¡Fernando! ¿qué corona
Al huésped de la Rábida guardada
Sus hechos galardona?
¿Bastará tu corona, que empeñada
Con todo su poder se vio en Granada?
Dilo tú, que en el templo
Vagas inulta en medio a los despojos
¡Oh sombra de alto ejemplo!
¡En cuya mano y sien miran los ojos
Grillos por cetro y por corona abrojos!
Mas no a la gran Castilla
El rostro vuelvas, ni a Isabel, ceñudo;
No es suya la mancilla;
Que a ti fue abrigo cuando más desnudo:
Al indio madre; al africano escudo.
Y unirá su alta gloria
A tu gloria la tierra agradecida
Con perpetua memoria,
Cuando en el indio suelo, al fin rendida
Vigor nuevo recobre y nueva vida.
Que Dios un vasto mundo
Cual de todos compuesto, no formara
Sin designio profundo;
Ni allí de sus tesoros muestra rara
En cielo y tierra y aguas derramara.
Tu alada fantasía
Al contemplarlo, en el Edén primero
Volando se creía;
Y Edén será en el tiempo venidero,
De la cansada humanidad postrero.
Donde busquen asilo
Hombres y leyes, sociedad y culto,
Cuando otra vez al filo
Pasen de la barbarie, en el tumulto
De un pueblo vengador con fiero insulto.
¡Ay de ellas, las comarcas
Viejas en el delito y la mentira:
De pueblos, de monarcas,
Cuando el Señor, que torvo ya los mira,
Descoja el rayo y se desate en ira!
Por los tendidos mares
Entonces vagarán, puerto y abrigo.
Paz clamando, y altares;
Y después de las culpas y el castigo
Nuevo mundo hallarán cordial y amigo.
¡Colón! El mundo hermoso
Que de su seno a las hinchadas olas
Arrancaste animoso,
Coronando de eternas aureolas
Las invencibles armas españolas.
Así de polo a polo
Resuena el canto: extiende tu renombre
Por los cielos Apolo;
Y emblema de virtud, y gloria al hombre
De una edad a otra edad lleva tu nombre.
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