Parte 3


Miguel llama a su madre para hacerla partícipe de su regocijo; y cuando la andana llega, le comunican sus proyectos y esperanzas entre efusivas demostraciones de alegría y amor.

Pero ¡oh cuerte importuna! En el momento
De su mayor contento,
Asomando al través de los maizales
Que encubren la vereda del molino,
Un marinero vino
A turbar sus ensueños paternales.

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-¿Ya vienes a buscarme? Es muy temprano-,
Con tono afable y llano
Dijo al verle Miguel. -Bien se conoce
Que tienes, contestó, la paz en casa,
Y que el reloj atrasa
Para quien vive a gusto. ¡Son las doce!

¿A qué esperamos, pues? El tiempo es bueno,
El cielo está sereno
Y el mar tranquilo y manso. Conque puedes
Calcular el aguante de tu malla.
Pues hoy, o todo falla,
Van con la pesca a reventar las redes.

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Miguel de pronto profirió: “¡Al avio!”
Con desenvuelto brío
La fuerte red plegando. Diligente,
Y según su costumbre cariñosa,
Iba a ayudarle Rosa
Cuando él le dijo amedrentado: -¡Tente!

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Entre risas, y plácemes, y fiestas
Miguel echóse a cuestas La recogida red, diciendo:-¡Vaya!
Nada hacemos aquí. -Y él y Roberto.
En intimo concierto
Tomaron el sendero de la playa.

Marchaba el ágil mozo con presteza,
Volviendo la cabeza
A cada instante hacia su hogar cercano.
Desde donde, en señal de despedida.
La joven conmovida
Le mandaba sus besos con la mano.

Y hasta que casi al fin de la jornada.
Su prenda idolatrada
Se internó en las revueltas del camino,
No apartó, con dulcísima porfía,
Del rumbo que él seguía,
Ni el corazón ni el rostro peregrino.

Viendo, no sin nublársele el semblante,
Cada vez más distante
Al dueño de su vida y de su casa;
Que la ausencia en amor, aun la más breve,
Cual nubécula leve
Oscurece los cielos mientras pasa.

- ¡Ah! ¿cómo no quererle si es tan bueno...
-Dijo, oprimiendo el seno
Maternal, con tal blando y dulce nudo,
Que, de la dicha de su hogar ufana.
La enternecida anciana
Contener una lágrima no pudo.

En tanto, los alegres marineros
Perdiéronse ligeros
Tras un peñón que hacia la senda avanza,
Y al fin de cuya estrecha cortadura
La indómita llanura
Del vasto mar a descubrir se alcanza.

Desde allí se divisan de repente,
Su grandeza imponente,
Su augusta calma o su furor sublime,
Y con su regia majestad a solas,
Y óyese de sus olas
La voz tonante que amenaza o gime.

En coloquio jovial entretenidos
Van, de la mano asidos,
Hacia donde a merced de la marea
Que su ancha curva en las arenas raya,
Cual reina de la playa
La barca de Miguel se balancea.

¡Que es verla, al separarse de la orilla.
Con atrevida quilla
Surcar graciosa el liquido elemento,
Y mar afuera, inquieta y juguetona,
Tender la blanca lona
A las caricias pérfidas del viento!

¡Que es ver cómo al peligro se aventura,
Cuando la sombra oscura
Se precipita sobre el mar de Atlante!
Y cuando viento duro el golfo riza,
¡Que es ver cuál se desliza
Por la espalda ondulosa del gigante!

Nunca el riesgo imprevisto la acobarda,
Y hiende tan gallarda
La inmensidad del piélago bravío,
Que no deja tras sí, rápida y suave,
Ni aun la huella que un ave,
Rozando con el ala, abre en el río.

El noble pecho de Miguel se ensancha
Ante la airosa lancha
Que su fortuna y su ambición encierra,
Y le presta solicito el cuidado
Con que el bravo soldado
Mima y atiende a su corcel de guerra.

Un mancebo, que estaba de atalaya,
Gritó a los de la playa:
- ¡El patrón! -Y animosa la cuadrilla
A la dura jornada se dispuso.
Sólo absorto y confuso
Un pescador permaneció en la orilla.

Sentado en un montón de húmeda arena,
Extraño a la faena
Ocultaba su rostro entre las manos.
Mostrando sólo en su actitud doliente
La ancha y curtida frente
Orlada a trechos de cabellos canos.

Cual no maduro fruto, que la helada
Malogra, su hija amada
Cayó marchita al soplo de la muerte,
Y se le sale, sin sentir, del pecho
El corazón deshecho,
En las acerbas lágrimas que vierte.

Quien ha sufrido la mortal congoja
Que, sin piedad, deshoja
Como agostada flor nuestra ventura,
En ese instante de terrible prueba,
En que voraz se lleva
Parte de nuestro ser, la sepultura;

Cuando con lenta gradación se apaga
La luz dudosa y vaga
Que colora la faz del moribundo,
¡Ay! y a medida que en sus ojos crece
La sombra, nos parece
Que va cayendo en lobreguez el mundo,

Cuando vencidos en estéril lucha,
Nuestra impotencia escucha
El tremendo estertor de la agonía,
Y con angustia alborotada y loca
Posamos nuestra boca
Sobre otra boca descompuesta y fría,

Casi cerrada en su letal reposo
Al ritmo fatigoso
Que el pecho cadavérico le presta,
Y que ya de la muerte bajo el peso.
Ni al anhelante beso.
Ni al tierno abrazo ni a la voz contesta;

Cuando aun tibios los míseros despojos
Vemos con turbios ojos
Toda nuestra ilusión desvanecida,
Y en medio del pesar que nos destroza,
Sentimos cuál se goza
Traidor recuerdo en enconar la herida;

Cuando envuelto en su fúnebre mortaja,
Negra y medrosa caja
El bien amado para siempre encierra,
Y siente el corazón despavorido
El ruido, el sordo ruido
Que hace al cubrir el féretro la tierra;

¡Ay! quien grabada tenga en su memoria
Esa trágica historia,
Sin cesar repetida y siempre nueva.
Verá, evocando su dolor pasado,
El dardo envenenado
Que el triste padre en sus entrañas lleva.

Al verle presa de aflicción tan viva,
Con frase compasiva
Le interrogó Miguel franco y abierto.
Alzó el viejo la faz desencajada,
Y con voz desmayada,
-¿No sabes? -sollozó-. ¡Mi Juana ha muerto!

El sentimiento concentrado es mudo,
Mientras un choque rudo
No sacude el marasmo que le embota,
Porque entonces el ansia comprimida.
Como por ancha herida
La hirviente sangre, atropellada brota.

Y cuando el corazón rompe su valla.
En el dolor que estalla
Se mezclan y amalgaman con espanto,
Como fundidos por el mismo fuego,
La imprecación y el ruego,
Y el gemido, y la cólera, y el llanto.

Tal la voz de Miguel, blanda y serena,
Exasperó la pena
Que al tosco anciano le apretaba el cuello,
Y exaltándose al cabo poco a poco,
Con la rabia de un loco
Maldiciendo y mesándose el cabello.

-¡Ay! -de pronto exclamó con ceño adusto-:
¡Mentira! Dios no es justo
Cuando se goza en aumentar mi cuita.
Tienen en buena paz muchos bribones
Tierras, barcos, millones...
¡Yo, una pobre muchacha... y me la quita!

¿Qué mal hacia la infeliz doncella?
¿Cómo vivir sin ella?...-
Y se apagó la voz en su garganta.
-Mas sin justicia ni razón me quejo-
Gimió el honrado viejo:
-¡No nació para el mundo! ¡Era una santa!

Miguel, tendiendo al afligido anciano
La encallecida mano.
-Vuelve a casa -le dijo- y llora y reza
Junto a la amada prenda que perdiste.
-¡No! -contestóle el triste
Moviendo gravemente la cabeza.

-Aunque me falta el sol de la alegría,
Conservo todavía,
Gracias a Dios, mi voluntad de hierro.
¿Por qué te he de mentir, si eres mi amigo?
Saldré a la mar contigo.
¡Necesito el jornal para su entierro!

Quiero comprarle, si tenemos suerte.
Las galas de la muerte:
Una cruz, un sudario y una palma.
Guardó breve silencio el desdichado
Y luego desolado
Clamó con bronco acento: - ¡Hija del alma!-

Su misma voz, que reprimir no pudo,
Como puñal agudo
Clavósele en el pecho, y tan activa
Creció en su corazón la angustia fiera,
Cual la insaciable hoguera,
Que cuanto más devora, más se aviva.

Enternecido ante infortunio tanto,
Y conteniendo el llanto,
Miguel le respondió:-Tu pobre Juana
Tendrá lo que tu anhelo solicita:
La humilde cruz bendita,
La palma virgen y el sayal de lana.

Pero vuelve a tu hogar, porque no quiero
Que un bravo compañero
A su propio tormento contribuya.
No serás, si te niegas, buen amigo,
Y atiende a lo que digo:
Hoy pesco para ti. ¡Mi parte es tuya!-

Cayó, cual dulce bálsamo la oferta
Sobre la herida abierta
Del triste anciano, y mitigó su duelo
Llanto reparador, tranquilo y suave.
Siempre para quien sabe
Sentir, la gratitud es un consuelo.

-¡Que Dios te colme de mercedes, hijo!
-Con blando acento dijo,
Las lágrimas secando en su mejilla.
Miguel, para ocultar su sentimiento,
Ligero como el viento
A la barca saltó desde la orilla.

Toda su gente al tráfago dispuesta,
Con ansia manifiesta
Esperaba no más la voz de mando.
Dióla el patrón: y con vigor supremo.
El resistente remo
En las arenas de la playa hincando,

Puso a flote la lancha embarrancada,
Que lenta y sosegada
Siguió después por la canal angosta,
Única vía, franca y descubierta,
Entre la barra incierta
Y las tajadas peñas de la costa.

La roca, a modo de ciclópeo muro,
Inabordable, oscuro.
Desde la playa misma se adelanta,
Hasta la punta del siniestro Cabo,
Do el mar potente y bravo
Con sorda intermitencia se quebranta.

Varias cruces sencillas de madera.
En pavorosa hilera
Resaltan del peñón de trecho en trecho,
Señalando en el áspero arrecife,
El sitio en que un esquife
Quedó, a los golpes de la mar, deshecho.

Recuerda cada cruz alguna escena
De horror y espanto llena.
Más de un pobre marino halló su fosa,
Entre el medroso y formidable estruendo
De la borrasca, oyendo
Los penetrantes ayes de su esposa.

Desde la punta del peñón termina.
Por mísera y mezquina
Pudiérase decir que el mar desdeña,
Aunque a veces su presa le disputa,
Una abrigada gruta
Labrada por las olas en la peña.

Gratas para las lanchas pescadoras
Las apacibles horas
Transcurren sin sentir. Con los reflejos
De la luz que en las aguas reverbera,
El mar, como si fuera
De inflamado metal, brilla a lo lejos.

Miguel, desde la popa de su barca,
Con la mirada abarca
El golfo en que indolente se aventura.
Está a sus pies sumiso y reposado
Como león cansado,
Y la atmósfera azul, diáfana y pura.

Lánguida brisa, replegando el ala,
Mansamente resbala
Sin conmover el piélago sereno,
Semejante al aliento tibio y leve,
Que apenas alza y mueve
De una virgen dormida el casto seno.

El barco, al apartarse de la playa.
Rápidamente raya
Las claras ondas con su blanca estela,
Y al avanzar con suave balanceo.
Parece que el deseo
Va impaciente sirviéndole de vela.

Del tiempo, más que del trabajo. avara,
La gente se prepara,
El remo suelta, y su esperanza funda
En la corriente azul del Océano,
Como el dolor humano,
Amarga, sí, pero también fecunda.

Tres veces por el ámbito marino
Con provechoso tino
Tiende la fuerte red, y las tres veces
Al recogerla, abrillantó su trama,
La refulgente escama
Que en vivido montón lucen los peces.

-¡Te lo anuncié, Miguel! Ya ves si acierto-
Dice alegre Roberto,
Mientras que sujetando por la agalla
Con diligente mano desenreda
Al pez, que preso queda
En los hilos nudosos de la malla.

Y con aire triunfal alzando a pulso
Un sollo, que convulso
Entre sus férreos dedos se torcía.
Regocijado exclama:-¡Brava presa!
No se pone en la mesa
Del rey cosa mejor. ¡Éste es gran día!-

El sol empieza a declinar. La gente,
A medida que siente
Su ganancia crecer, redobla el celo,
Y sin cejar un punto en su tarea.
Quién en la red se emplea,
Quién, sentado en la borda, echa un anzuelo.

Quién al enorme pez. que agonizante
Colea, en un instante
Con implacable actividad remata;
Y de la pesca el acre olor parece
Que alienta y fortalece
Al marinero en su existencia ingrata.

A poco, tenue y vaporoso velo
Fue enturbiando del cielo
La limpia claridad. Oscura nube
Desde el confín remoto se avecina.
Sorbiendo la neblina
Que de las ondas impalpable sube.

A medida que llega va aumentando:
El mar plácido y blando
Por momentos se encrespa y alborota.
Estremécese el viento, antes dormido,
Y hacia el agreste nido
Tiende el medroso vuelo la gaviota.

De improviso una racha fugitiva
Del oleaje aviva
El ímpetu naciente. Las espesas
Nubes marchan en giro apresurado,
Y al fin rompe el nublado
En gotas tan escasas como gruesas.

- ¡Hum! -exclama frunciendo el entrecejo
Un pescador ya viejo:
- ¡El tiempo muda, la borrasca avanza!-
Y otro añade después:-¡Se aguó la fiesta!
-¡Ah, cobardes! -contesta
Miguel en tono de amistosa chanza-;

-¿Os asusta una nube de verano?
-¡Sí! -respondo el anciano.
-¡La galerna está encima! –No discuto-
Le interrumpe el patrón-: mas Juana ha muerto,
Y yo no vuelvo al puerto
Si no llevo a su padre para el luto-.

Y la pesca siguió con mayor brío,
Sin que del mar bravío
La sorda turbación los contuviera.
Pues ¿quién fuerza al lebrel cuando en la pista
La ansiada res avista,
A pararse en mitad de su carrera?

Mas de golpe la lluvia se desata
Cual rauda catarata;
El huracán sus ráfagas sacude
Como un corcel la crin; al llamamiento
Del alterado viento,
La ola, bramando de fusor, acude.

Y se empeña otra vez, con recio embate.
El eterno combate
Que presencian los siglos confundidos,
En que después de trágicos horrores.
Los fieros gladiadores
Ceden cansados, pero no vencidos.

Quédase muda de estupor la gente.
Negra, inmensa, rugiente
Rueda la tempestad: con ciego empuje,
Cual fogoso bridón que se desboca,
La ola adelanta, choca
Contra la barca, se revuelve y ruge.

-¡Hola! -grita Miguel-. ¡Cortad la cuerda.
Aunque la red se pierda!
Aun habrá tiempo de llegar al faro.
¡Ánimo, chicos! y forzad los remos.
Que pronto arribaremos.
¡La santa Virgen nos dará su amparo!

El endeble timón Miguel aferra
Y a la cercana tierra
Dirige el rumbo como buen marino.
Mientras la gente, ante el peligro absorta
Con ágil remo corta
La indócil ola, abriéndose camino.

Estimulado por la voz del trueno.
El mar su turbio seno
Con resonante convulsión agita;
Cual irritada fiera el lomo enarca
Y hacia la frágil barca
Sus gigantescas olas precipita.

A merced de la mar arrolladura.
La lancha pescadora
Los golpes sufre, pero no desmaya.
Y los vecinos del lugar, en tanto,
Vuelan, llenos de espanto,
En confuso tropel hacia la playa.

Mozos, ancianos, niños y mujeres.
Imploran por los seres
Que amenaza el furor del mar sombrío,.
Y ardientes quejas, alteradas voces,
Revueltas y veloces,
Pueblan el aire en ronco griterío.

Luego el tropel desordenado y vario
Invade el santuario
Que la escarpada cúspide corona,
Donde al pie del altar, una y cien veces,.
Con dolorosas preces.
Pide auxilio a su célica Patrona.

Joven esposa sus cabellos mesa,
Otra, en silencio besa
Desesperada a un párvulo inocente;
Un débil niño en su pueril despecho,
Golpeándose el pecho.
En el polvo del templo hunde su frente;

Otro ofrece a la Virgen con devoto
Fervor, sencillo voto;
Y del concurso general, movido
Por el temor, la angustia y el deseo,
El alto clamoreo,
¡Ay! más que una oración, es un gemido.

En el lugar más arduo de la costa.
Hacia la boca angosta
Del canal, siempre al marinero aciaga,
Bulle otra multitud, dando a los vientos
Sus ayes y lamentos.
Que el recio son del temporal apaga.

Pintándose en su faz el extravío.
Por medio del gentío.
La madre de Miguel, como una sombra,
Se mueve sin cesar. Corre, pregunta,
Reza, las manos junta,
Y al hijo amado, inconsolable, nombra.

Rosa trémula y muda la acompaña;
Copioso llanto baña
Sus claros ojos que oscurece el duelo.
Tiene el lívido rostro de una muerta,
Y la razón cubierta
De tormentosas nubes como el cielo.

Todos enternecidos la abren paso.
¿Conocerán acaso
La noticia fatal? La incertidumbre
De Rosa, surge a tan horrible idea,
Y con terror pasea
Su vista por la absorta muchedumbre.

Aquel silencio lúgubre la mata.
Frenética, insensata,
A una amiga se acerca: -¿Dónde, dónde
Está Miguel? ¡Ten lástima! -solloza.
La sorprendida moza
Mírala estupefacta, y no responde.

- ¡Ha muerto! -añade acongojada-; ;ha muerto!
Pero un marino experto
En los trances del mar, compadecido
De la atroz inquietud que la enajena,
Para templar su pena
Dícele con amor: -¡Cobra el sentido!

¿A qué viene apurarse de esa suerte?
¿Qué sacas con ponerte
En el último extremo? Cuando tarda
La barca en presentarse, conjeturo
Que, ya en lugar seguro,
Tan sólo el fin del temporal aguarda.

¡Ea! Enjuga tus lágrimas: no llores.
Porque riesgos mayores
Ha vencido Miguel, que es tan resuelto.
-Mas ¿le viste volver? -pregunta Rosa
Turbada y anhelosa,
Y le contesta el pescador:-No ha vuelto-.

Entonces trepa a la escarpada cima,
Al borde se aproxima
Del saliente peñón, como una idiota,
Y expuesta a peligroso paroxismo,
Avanza hacía el abismo
La descompuesta faz, que el viento azota.

En medio del pesar que la anonada.
La atónita mirada
Hunde en la inmensidad, y es su porfía
Tan profunda y tenaz, que si pudiera,
La mar rebelde y fiera
Con sus ávidos ojos sorbería.

¡Ay! ¡si lograse traspasar la bruma!...
¡Si entre la blanca espuma
Viese al mortal por quien suspira y ruega!...
Cuando divisa un barco en lontananza,
Renace su esperanza
Y clama llena de ansiedad:-¡Ya llega!-

¡Estéril impaciencia! ¡Vano empeño!
¿En dónde está su dueño
Que no acude a su voz? ¿Por qué no viene?
Su amante madre la acaricia y calma.
¡Compadeced al alma
Que da consuelos ¡ay! y no los tiene!

Allá en la playa un grupo generoso,
Sin tregua ni reposo
Anuda cuerdas y apareja un bote,
Sometido al mandato soberano
De respetado anciano.
Mezcla de marinero y sacerdote.

Viril arrojo en sus pupilas arde
Sin ostentoso alarde,
Y aunque a los años la cerviz inclina,
Presta vigor a su cabeza cana
La fortaleza humana.
Templada al fuego de la fe divina.

Al cabo por la estrecha cortadura,
Luchando a la ventura
Con el viento y las olas, impelida
Por la borrasca hacia el difícil paso,
En donde puede acaso
Quedar a salvo o perecer hundida.

Entre el fragor que por momentos crece,
Intrépida aparece
La barca de Miguel; pero ¡en qué estado!
Cual gladiador que tras inútil prueba
Huye vencido, lleva
Cien heridas de muerte en su costado.

Resistiendo la cólera salvaje
Del soberbio oleaje.
La gente fuerzas del peligro cobra:
Y aunque la lancha, como leve pluma,
Entre montes de espuma
Parece a cada instante que zozobra,

Cien veces, con impávido heroísmo,
Resurte del abismo
Obediente a la mano que la guía.
Ninguna voz en su interior se escucha,
Que el riesgo de la lucha
Tiene una majestad muda y sombría.

¡Oh! ¡van a perecer!-¿Queréis seguirme?
Con voz entera y firme
Pregunta el cura-. ¡A vuestro amor apelo!
Arrancaremos a la mar su presa,
Y si en tan santa empresa
Morimos, ¿qué es morir? ¡Ganar el cielo!

El religioso impulso que le mueve
Su aliento dobla, leve
Cual fornido mancebo, al bote salta.
El peligro conoce y no le esquiva:
Pues ¿a quién, si arde viva
La fe en su pecho, el ánimo le falta?

Todos se aprestan a seguir su suerte.
Que aquel combate a muerte
De generosa emulación los llena.
¡Oh humanidad, tan pronta al sacrificio.
Podrá mancharte el vicio
Y ofuscarte el error; pero eres buena!

El bote listo ya, con seis remeros
Hábiles y ligeros.
Abrirse paso hacia el canal ensaya.
¡Vana ilusión! ¡La mar embravecida,
Con fuerte sacudida
Pedazos hecho le arrojó a la playa!

- ¡Señor! ¡Tus altos juicios no escudriño!-
Llorando como un niño
Gimió en su angustia el viejo venerable.
-Pero no hay tiempo que perder.
¡Subamos, Hijos! Tal vez podamos
Desde el mismo peñón echar un cable.

Respondiendo a su voz, según costumbre
A la empinada cumbre
El grupo asciende, y con empeño lanza
El recio cabo a la corriente ciega:
Mas ¡ay! que nunca llega
Al náufrago batel. ¡No hay esperanza!

¡No hay esperanza! El cura consternado
Increpa al mar airado.
Sin freno alguno que su empuje venza,
La tempestad incontrastable brama.
Y el noble anciano exclama:
-¡Hijos míos! ¡Yo acabo, y Dios comienza!

¡No hay esperanza! Y la barquilla aun flota
Desgobernada y rota.
Aun los pobres remeros, más audaces
Cuanto más la borrasca se acrecienta,
Lidian con la tormenta
Desesperados, sí, pero tenaces.

¿Dónde tender la salvadora amarra?
¿Cómo cruzar la barra
Que el paso cierra del canal estrecho,
Si ya tiene la barca pescadora,
Quebrantada !a prora,
El casco hendido y el timón deshecho?

El avariento mar la presa ansia.
¡Ya es suya! Todavía,
Resistiendo en los frágiles despojos
Del roto barco, en su ansiedad suprema.
La gente rema, rema.
Rema, y nublan las lágrimas sus ojos.

¿Qué busca? ¿A dónde va? ¿Por qué se afana?
Su resistencia es vana.
¡Ay! la esperanza al corazón se aferra
En los casos adversos e infelices,
Aun más que las raíces
A las duras entrañas de la tierra.

-¡Juan, lárgame una estacha! -grita el bravo
Miguel-, y por un cabo
Átala pronto y bien, que si consigo
Con el otro nadar hasta la orilla.
Podrá nuestra barquilla
En la gruta del faro hallar abrigo.

Dobló la frente oscurecida y grave.
¿En qué pensaba? ¿Cabe
Dudarlo un punto? En el edén perdido,
En su infeliz mujer, en el risueño
Ángel, que vio en un sueño.
Huérfano ¡ay triste! aun antes de nacido.

- ¡Eh! -contéstale Juan-: ¡Ahí va la estacha!-
Miguel el hombro agacha
Para esquivar el golpe; mas Roberto,
Asiéndola en el aire de improviso,
Prorrumpe:-No es preciso:
Yo llegaré a la costa, vivo o muerto.

............................................

De su mojado traje se desnuda,
Y a su cintura anuda
La retorcida cuerda. Intenta en vano
Resistirse Miguel en son de queja,
Y se obstina y forceja,
Y arrancársela quiere de la mano.


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