Parte 3
Fue bastante haber tocado
Con sagacidad la tecla:
La facilidad verbosa
Del genovés se despliega,
Y con aquellas razones,
De convencimiento llenas.
Con que se sienta y sostiene
Lo que se sabe de veras,
Sus aspiraciones pinta,
Las observaciones cuenta,
Su sistema desenvuelve,
Sus proyectos manifiesta.
Recurre a sus pergaminos,
Los desarrolla y enseña
Cartas que él mismo ha trazado
De navegar, más tan nuevas,
Y según él las explica,
En cosmográfica ciencia
Demostrándose eminente,
Tan seguras y tan ciertas,
Que el pasmo del religioso
Y su indecisión aumentan,
Mientras al médico encantan,
Le convencen y embelesan.
De aquel ente extraordinario
Crece la sabia elocuencia,
Notando que es comprendido,
Y de entusiasmo se llena.
Se agranda, brillan sus ojos
Cual rutilantes estrellas,
Brotan sus labios un río
De científicas ideas:
No es ya un mortal, en un ángel,
De Dios un nuncio en la tierra,
Un refulgente destello
De la sabia omnipotencia.
Comunica su entusiasmo,
Que el entusiasmo se pega,
A los que atentos lo escuchan,
A los que mudos lo observan.
El médico, el religioso,
Y hasta el lego que a la mesa
Sirve, y ha escuchado inmoble
Y con tanta boca abierta,
Mas sin entender palabra,
En entusiasmo se queman;
Y de haber visto aquel día
Dan gracias a Dios sus lenguas,
Y piden que luego, luego,
Se lleve a cabo la empresa,
Y quieren ir, y una parte
Tener en las glorias de ella.
Y ya en ignoradas tierras,
Y ya se ven en los mares;
Y ya el asombro del mundo
Con nombre y con fama eterna;
Formando la celda un cuadro
Digno de que en él hubieran
O Zurbarán o Velázquez
Apurado sus paletas.
Mas ¡ay! pronto de aquél cielo
De ilusiones halagüeñas,
Bajan a lo positivo
De la miserable tierra;
Cuando en sí mismo volviendo,
Reconocen su impotencia,
Y los elementos grandes;
Que ha menester tal empresa
Se hallan como el desdichado
Que en pobre lecho despierta,
Cuando soñaba que un trono
Era poco a su grandeza.
Pues de un oscuro piloto
Volviendo a entrar en la esfera
El genovés abatido
Les refiere su pobreza:
Que no han querido ayudarle
Ni su patria, ni Venecia;
Que la corte de Lisboa
Se burla de sus propuestas;
Que los sabios no le entienden,
Que los ricos le desprecian,
Que los nobles no le escuchan,
Que el vulgo le vilipendia.
Mas como después añade
Que aun la esperanza le alienta
De encontrar grata acogida
En el rey de la Inglaterra,
Donde ya tiene un hermano
Con proposiciones hechas,
Y que él mismo, a acalorarlas,
Ir allá muy pronto piensa;
El amor patrio más puro
En las españolas venas
Del médico y del prelado,
Se inflama y súbito truejia,
Pues unánimes prorrumpen:
-De España la gloria sea;
No busquéis lejanos reinos
Cuando el mejor se os presenta
Y el que sediento de gloria
Más imposibles anhela. '
Corred, buscad el apoyo
De la castellana reina,
De doña Isabel invicta,
Que es la más grande princesa
Que han admirado los siglos,
Y que ha ceñido diadema.
De los dos el entusiasmo
También a su vez se pega
Al genovés, y aquel nombre
Pronunciado con tal fuerza
Por el físico y el fraile,
El alma y pecho le llena
De esperanza tan vehemente,
Que sus planes desconcierta.
En sus rutilantes ojos,
Como en su boca entreabierta,
Y en su palpitante pecho,
Y en su animada apariencia,
El sagaz Garci-Fernández
Lo conoce, y -No se pierda
Momento -prosigue-; al punto
Id a Córdoba, que es cerca.
Allí encontraréis la corte:
Pues el cielo os la presenta
Tan inmediata, propicia
La hallaréis, nada os detenga”.
Y fray Juan Pérez añade:
-Marchad, sí; Dios os lo ordena.
Carta os daré para el Padre
Hernando de Talavera,
Religioso de valía,
Que es confesor de la Reina.
Y porque ningún cuidado
Vuestra jornada entorpezca,
Este vuestro tierno niño
Aquí en el convento queda,
De mi seráfico Padre
So la protección inmensa.
No dijeron más. Escribe,
Dando la cosa por hecha,
La carta Garci-Fernández;
Fray Juan Pérez de Marchena
La firma: su propia muía
Ensillar al punto ordena,
Y las próvidas alforjas
Preparar en la despensa.
Todo está listo. Y entonces,
Cual si alguna oculta fuerza
Le compeliese, el piloto,
Que aun no había dado respuesta,
De pie se puso, y resuelto
Exclama de esta manera:
-A Córdoba, Dios lo quiere,
Su gracia me favorezca.
Al tierno y precioso niño
Acaricia, abraza y besa,
No sin lágrimas sus ojos,
No su corazón sin pena.
A rezar un corto rato
Vase devoto a la iglesia,
Do el escapulario viste
De la seráfica regla.
De sus dos nuevos amigos
Se despide ya en la puerta:
Cabalga, aguija, y a trote
De la Rábida se aleja.
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