Parte 2


Ve a rezar, hija mía. Y ante todo,
Ruega a Dios por tu madre; por aquélla
Que te dio el ser, y la mitad más bella
De su existencia ha vinculado en él;
Que en tu seno hospedó tu joven alma,
De una llama celeste desprendida;
Y haciendo dos porciones de la vida,
Tomó el acíbar y te dio la miel.

Ruega después por mí. Más que tu madre
Lo necesito yo... Sencilla, buena,
Modesta como tú, sufre la pena,
Y devora en silencio su dolor.
A muchos compasión, a nadie envidia,
La vi tener en mi fortuna escasa;
Como sobre el cristal la sombra, pasa
Sobre su alma el ejemplo corruptor.

No le son conocidos... ni lo sean
A ti jamás... los frívolos azares
De la vana fortuna, los pesares
Ceñudos que anticipan la vejez;
De oculto: oprobio el torcedor, la espina
Que punza a la conciencia delincuente,
La honda fiebre del alma, que la frente
Tiñe con enfermiza palidez.

Mas yo, la vida por mi mal conozco,
Conozco el mundo y sé su alevosía;
Y tal vez de mi boca oirás un día
Lo que valen las dichas que nos da.
Y sabrás lo que guarda a los que rifan
Riquezas y poder, la urna aleatoria,
Y que tal vez la senda que a la gloria
Guiar parece, a la miseria va.

Viviendo, su pureza empaña el alma,
Y cada instante alguna culpa nueva
Arrastra en la corriente que la lleva
Con rápido descenso al ataúd.
La tentación seduce; el juicio engaña;
En los zarzales del camino deja
Alguna cosa cada cual; la oveja
Su blanca lana, el hombre la virtud.

Ve, hija mía, a rezar por mí, y al cielo
Pocas palabras dirigir te baste: “piedad,
Señor, al hombre que criaste;
Eres Grandeza; eres Bondad, ¡Perdón!”
Y Dios te oirá; que cual del ara santa
Sube el humo a la cúpula eminente,
Sube del pecho cándido, inocente,
Al trono del Eterno la oración.

Todo tiende a su fin: a la luz pura
Del sol, la planta; el cervatillo atado,
A la libre montaña; el desterrado,
Al caro suelo que le vio nacer.
La avecilla en el frondoso valle,
Do los nuevos tomillos al aroma;
La oración en alas de paloma
A la morada del Supremo Ser.

Cuando por mí se eleva a Dios tu ruego
Soy como el fatigado peregrino,
Que su carga a la orilla del camino
Deposita y se sienta a descansar,
Porque de tu plegaria el dulce canto
Alivia el peso a mi existencia amarga,
Y fuita de mis hombros esta carga
Que me agobia de culpa y de pesar.

Ruega por mí, y alcánzame que vea,
En esta noche de pavor, el vuelo
De un ángel compasivo que del cielo
Traiga a mis ojos la perdida luz.
Y pura, finalmente, como el mármol
Que se lava en el templo cada día,
Arda en sagrado fuego el alma mía,
Como arde el incensario ante la Cruz.


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