Parte 2


II
¡Albricias! De campanas los tañidos
En Hamelín anuncian fiesta bella.
El alcalde gritaba:-¡Ahogad los nidos!
¡Que de ratas no quede ni la huella!
Mas, he aquí que el flautista ya volvía,
Y sus florines mil, cortés, pedía.

-¡Mil florines!; ¡soberbio desatino!-
El alcalde exclamó- Muy bien pudiera,
Sólo con la mitad, de añejo vino
Mis bodegas llenar, e insano fuera
Irlos a dar a un vagabundo hambriento
De traje deslucido y harapiento.

Del Wéser en el agua caudalosa,
Que el azote acabóse, estamos ciertos,
Y oímos, si la voz no es engañosa,
Que a la vida jamás vuelven los muertos.
No obstante, a nuestro honor no faltaremos,
Y buena recompensa te daremos

¿Que mil florines dije? Fue asechanza.
Ea, toma cincuenta, y sea acabado.
Mas él le respondió: -No admito chanza;
O se me paga el precio estipulado
O de mi flauta nueva melodía
Castigará tenaz vuestra osadía.

Repúsole el alcalde: -¡Necio alarde
El tuyo! ¿Qué pretendes, insolente?
¿Que ante tus amenazas sea cobarde?
Tus razones concierta, y sé prudente:
Aun te doy mucho si te doy cincuenta.
¿Los rehusas? Pues bien, ¡toca, y revienta!

Calló el flautista, mas con su instrumento
A la calle salió, lanzó tres notas
Que en el alma infundían gran contento
Y delicias purísimas e ignotas:
Se oyó entonces correr mil piecezuelos,
Gritar y palmear de pequeñuelos.

Entre el pisar de zuecos y escarpines,
Chorros de risa fresca y candorosa,
Niños mil, cual hermosos querubines,
De bellos rostros de color de rosa,
Los labios de coral, perlas sus dientes,
Al flautista seguían sonrientes.

El alcalde y ediles, asombrados
Quedaron, sin color y sin aliento,
Y miraban, con ojos espantados,
A la turba infantil con gran contento
Abandonar sus casas presurosa
Tras la flauta sonora y prodigiosa.

¿Qué mágica visión los arrastraba?
Del maternal regazo el niño huía,
Mientras la madre en vano forcejaba
Por detener su pie, y triste gemía
Al verlos avanzar, loca, impotente,
Del río hacia la rápida corriente.

¡Mas no!... que el mago ya torció su planta
Hacia el alto: la turba en pos camina;
Cesa en ¡las madres el terror que espanta.
Mas, ¿como cruzará la alta colina?...
Y mientras cada madre espera inquieta,
Entre rocas se abrió puerta secreta.

Por ella entró la comitiva entera...
Tras ellos se. cerró el portón ingente...
¿Todos? No, que uno solo quedó fuera,
De tristes ojos y de faz doliente:
Un niño cojo, de vigor mezquino,
Rezagado en el áspero camino.

De entonces son sus ayes lastimeros:
“¡Qué triste se ha quedado la ciudad!
¡Cuan triste para mí, sin compañeros!...
Es mi suerte harto digna de piedad;
Que a mí solo, infeliz, me fue negado
Con ellos alcanzar el suelo ansiado.

“¡Oh país de delicia y hermosura,
De claras fuentes y de bellas flores,
Do el suave fruto cada mes madura,
Y pajarillos hay de mil colores...
Donde, innocuas, no pican las abejas
pacen en los prados mil ovejas!

“Allí, cual el flautista aseguraba,
Caminaría yo con firme planta...
Mas, ¡ay!, que cuando me acercaba
A tanta dicha y a fortuna tanta,
Cerróse la gran puerta y quedé fuera,
Solo con mi dolor y angustia fiera”.


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