¡PUERTO RICO! - José Gautier Benítez
Un patriotismo acendrado y sincero vibra en toda esta composición, tan rica de pompa y gala de lenguaje. Es autor de ella el poeta portorriqueño José Gautier Benítez (1848-1880).
¡Borinquén! nombre al pensamiento grato
Como el recuerdo de un amor profundo;
Bello jardín, de América el ornato,
Siendo el jardín América del mundo.
Perla que el mar de entre su concha arranca
Al agitar sus ondas placenteras;
Garza dormida entre la espuma blanca
Del níveo cinturón de tus riberas.
Tú, que das a la brisa de los mares,
Al recibir el beso de su aliento,
La garzota gentil de tus palmares;
Que pareces, en medio de la bruma,
Al que llega a tus playas peregrinas,
Una ciudad fantástica de espuma
Que formaron, jugando, las ondinas;
Un jardín encantado
Sobre las aguas de la mar que domas;
Un búcaro de flores, columpiado
Entre espuma y coral, perlas y aromas.
Tú, que en las tardes sobre el mar derramas,
Con los colores que tu ocaso viste,
Otro océano de flotantes llamas;
Tú, que me das el aire que respiro,
Y vida al canto que espontáneo brota,
Cuando la inspiración en raudo giro
Con sus alas flamígeras azota
La frente del cantor; ¡oye mi acento!
El santo amor que entro mi pecho guardo
Te pintará tu rústica armonía;
Por ti lo lanzo a la región del viento:
Tu amor lo dicta al corazón del bardo,
Y el bardo en él su corazón te envía.
¡Óyelo, patria! El último sonido
Será, tal vez, de mi laúd; muy pronto
Partiré a las regiones del olvido.
Mi juventud efímera se merma,
Y ya en su cárcel habitar no quiere
Un alma melancólica y enferma;
Antes que llegue mi postrero día
Y mi cantar se extinga con mi aliento,
¡Toma, patria, mi última poesía!
¡Ella es de mi amor el testamento!
¡Ella el adiós que tu cantor te envía!
Tres siglos ha que el hombre
Encerrado en el viejo continente.
Ni en ti soñaba, ni soñó tu nombre;
Tu ser fue una bellísima quimera
A los que vían el confín del mundo
De Thule en la fantástica ribera;
Pero sonó una hora en el gigante
Reló que marca su existencia al orbe,
Y abrió sus ondas el airado Atlante.
El dedo del destino
Tocó de un hombre en la ardecida frente
Y entre las ondas le mostró un camino;
Él tan sólo quería
Cruzando las regiones de Occidente,
Volver al sitio donde nace el día;
Al viento del azar tendió sus velas
Desde el confín del túrbido Océano,
Y la suerte llevó sus carabelas
A chocar con el mundo americano.
De ese mundo, bellísimo fragmento
Eres ¡oh patria! que en el mar lanzara
Un cataclismo al estallar violento;
Mas trajiste tan sólo su belleza
Sin copiar del inmenso continente
La pompa y el horror de su grandeza;
Ni el tigre carnicero,
Ni el león, ni el jaguar en tu montaña
Lanzan su grito aterrador y fiero;
Ni el boa se retuerce en la llanura,
Ni entre las aguas de tu manso río
Turbar el onda transparente y pura
Se ve al caimán indómito y bravío.
Ni arrojas al Atlante,
De la playa pacifica, el inmenso
Rey de los ríos, Marañón gigante.
Ni tus montes, con ruido subitáneo;
Estremecidos en su base crujen,
Cuando con ronco respirar titáneo
El Orizaba y Cotopaxi rugen.
Y no estremece un Niágara tu sucio
Al desplomar la inmensa catarata
En la que el Iris, el pintor del cielo,
Une a las franjas de luciente plata
Oro y carmín, y púrpura y topacio,
Mientras en los cristales se retrata
Fiero el cóndor, monarca del espacio.
Tienes... la caña en la feraz sabana.
Lago de miel que con la brisa ondea,
Mientras su espuma, la gentil guajana,
Como blanco plumón se balancea.
Y tu palma, que mece en el ambiente
Encerrada en el ánfora colgante
La linfa pura de su aérea fuente.
Y de tus montes en la ancha falda,
Donde el cedro y la péndola dominan,
Luce el cafeto la gentil guirnalda
Del combo ramo que a la tierra inclinan
Las bayas de carmín y de esmeralda.
Tú tienes sí, sus noches voluptuosas,
Que amor feliz al corazón auguran,
Y en un vergel de lirios y de rosas
Manantiales de plata que murmuran;
Tórtolas que se quejan en los montes
Remedando suspiros lastimeros,
Palomas y turpiales y sinsontes
Que anidan en floridos limoneros.
Todo es en ti voluptuoso y leve,
Dulce, apacible, halagador y tierno,
Y tu mundo moral su encanto debe
Al dulce influjo de tu mundo externo.
Por eso, en aquel día
Que abordaron las naves castellanas
A tus bellas riberas, patria mía,
Tus tribus aborígenes,
Dominando el temor que las llevara
Al seno obscuro de tus selvas vírgenes,
Tranquilas contemplaron,
Regresando apacibles a tu orilla,
Cómo los brazos de la cruz se alzaron
Bajo el rojo estandarte de Castilla.
Pura amistad, vehemente,
Unió los hombres que apartó el abismo;
Del indio rudo en la tostada frente
Cayó la onda sagrada del bautismo.
Después, ya roto del temor el dique,
La llama del amor lució esplendente:
La dulce hermana del primer cacique
Llamó su esposo al paladín de Oriente
Y tú fuiste el joyel que traspasaba
El casto beso de su amor primero,
Del señorial cintillo de Agueynaba
A la corona del monarca ibero.
Y después... y después... nunca mi canto
Pinte el hondo luchar de las pasiones,
Ni el exterminio, la crueldad y el llanto,
Mancha de los humanos corazones.
Borremos del error las hondas huellas
Que a la infeliz humanidad desdoran,
Porque hombre soy... y me avergüenzo de ellas.
Llegó un día fatal de honor y duelo,
En que, del oro tras el torpe lucro,
La vil esclavitud manchó tu suelo;
¡Y el huracán del golfo americano
Dejó las naves abordar tranquilas
A las riberas del jardín indiano!
¡Y tú, patria, la perla de Occidente,
No volvistes al seno de los mares
Para lavar la mancha de tu frente!
Mas no en vano en Judea
Corrió la sangre de Jesús, sellando
El triunfo santo de su santa idea;
Mas no en vano anhelante
Camina el mundo por el ancha vía
Del progreso, adelante;
Brilló una aurora de feliz memoria
En que cesaron lágrimas y duelos,
Borrándose una mancha de la historia,
Y mil y mil acentos
Dieron tu nombre ¡libertad sagrada!
A los montes, los valles y los vientos.
Y ni una sola represalia impía,
Ni una venganza profanó tu suelo!
¡Bendiciones y cantos, patria mía,
Perdiéronse en las bóvedas del cielo!
¡Extraño cuadro, que en el ancha tierra
Al vencer la opresión en lucha santa,
De entre el lago purpúreo de la guerra
La libertad sangrienta se levanta!
Dios debió sonreír, viendo a su hechura
Hacer del paria hermano cariñoso
Y del ángel tomar la investidura
Al realizar un acto tan hermoso:
Y bendecirte conmovido y tierno
Porque sólo en tu suelo hospitalario
Al dulce influjo de tu mundo externo
Se vio la Redención sin el Calvario.
Otro paso adelante, sin que vibres
El arma fratricida;
En el concierto de los pueblos libres
Se levanta tu voz, savia de vida,
Y juventud circula por tus venas,
Cuando la noble España conmovida
Quebranta del colono las cadenas.
Ya no eres, patria, un átomo perdido
Que al ver su propia pequeñez se aterra;
Ni un jardín escondido
En un pliegue del monte de la tierra.
Eres el pueblo que su voz levanta
Si la justicia y la razón le abona,
Que las exequias del pasado canta
Y el himno santo del progreso entona.
Ya no serás la nave prepotente
Que armada en guerra al huracán retando
Conquista el puerto impávida y valiente
Las ondas y los hombres dominando;
Pero serás la plácida barquilla
Que al impulso de brisa perfumada
Llegue al remanso de la blanda orilla;
Que ese es, patria, tu sino,
Libertad conquistar, ciencia y ventura,
Sin dejar en las zarzas del camino
Ni un jirón de tu blanca vestidura.
Y, patria, si me engaño.
Si me reserva mi destino impío
Llorar tu ruina y contemplar tu daño;
Si he de escuchar tus ecos
Devolverme entre lágrimas y horrores
El ronco acento de tus bronces huecos;
Si fuera mi laúd el destinado
Para cantar tu pena y tu agonía,
¡Ah, que le mire pronto destrozado
En mis trémulas manos, patria mía!
Y antes que el mal en tu recinto nazca
Y contemplarlo con espanto pueda,
¡Que disponga el Señor cuanto le plazca
De este resto de vida que me queda!
Mas si Jehová concedió al poeta,
Al cantar a su patria y su destino,
La doble vista del veraz profeta;
Si ha de unirse mi nombre con tu historia
Para ser el cantor de tu alegría,
Para ser el heraldo de tu gloria,
Dios me conceda al verte.
De venturas y triunfos coronarte,
¡Una vida sin fin para quererte,
Y una lira inmortal para cantarte!
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