EL COMBATE DE LAS PIRAGUAS - Ramón Vélez Herrera
Es autor de este romance el poeta cubano Ramón Vélez Herrera (1808-1886), autor de comedias en verso y romances de gran colorido. En éste el poeta luce su gran talento descriptivo, pintando el feroz combate marino entre dos flotas de piraguas indígenas y la singular batalla que sostienen un cacique de Bahama y el jefe guerrero jaguano Ornoya, quien consigue salvar a su pueblo del enemigo, matando al jefe y dispersando su gente.
Cortando airosas los mares
Vuelan las bellas piraguas
Que a los combates conduce
El cacique de Bahama.
En el altar se arrodilla,
Jura el guerrero venganza,
Y su belicosa gente
Encamina a nuestras playas.
Pueblan con ecos sonoros
Los aires y las montañas,
Y con los remos y quillas
Las olas atormentadas
Nevados surcos de espuma
Heridas del sol formaban.
Son los guerreros feroces
De las vecinas Lucayas;
Tiñen el rostro severo
Pintas negras y encarnadas,
Y a la merced de los vientos
Las rojas plumas flotaban.
Un cacique los dirige
Tan experto en las batallas,
Que no hay islote en el Golfo
Que no cante sus hazañas.
El invierno de la vida
Aun su brazo no doblaba.
Y en sus centelleantes ojos
Refleja el fuego del alma.
Un magnífico carcaj
Cuelga del nombro a la espalda,
Y en la alta mano suspende
Una nudorosa maza.
«Avancemos, compañeros;
El que espera nada aguarda,
La prudencia hace al cobarde,
El héroe fía en la audacia.»
Dice, y su gente furiosa
Flechas y piedras dispara,
Y avanzando en dobles líneas
Cercan el pueblo de Jagua.
Aturde el ruido que forman
Los guerreros en su marcha,
Y el espanto y el terror
En nuestra costa levantan.
Y a lo lejos parecían
Las infernales fantasmas
Que en las tartáreas regiones
Entre las tinieblas vagan.
Nuestras indias inocentes
Que los cerros coronaban,
Despavoridas corrían
A las desiertas cabañas.
Sueltos los negros cabellos
En las desnudas espaldas,
Y en la cuna de sus hijos
Sus bellos ojos fijaban.
Pero apenas el rumor
Oye el cacique de Jagua,
Al fiero Ornoya confía
La salvación de la patria.
Todo es vida y movimiento,
Hierve la gente en las playas,
Resuenan los caracoles,
Cúbrese el mar de piraguas,
Y las lúgubres bocinas
Sordas el aire rasgaban.
Vuela el cacique al combate,
Y la juventud arrastra,
Ya con el arco o la piedra,
Ya con el remo o la maza.
¡Ornoya! El fiero guerrero,
Flor de los héroes de Jagua,
Cuyo brazo no vencido
Era el cedro en la montaña,
Y cuya voz excedía
Al trueno que ronco brama,
Y al rayo que corta el aire
En rapidez semejaba;
Da la señal y sangrientos
Sus guerreros avanzaban,
Y empeñan la recia lid,
Tiñen de sangre las aguas,
Chocan las naves, se estrellan
Y airadas se despedazan
Las dos enemigas tribus
Al soplo de la venganza.
En medio de la pelea
Ornoya el brazo levanta.
Aquí hiere, allí extermina,
Allá empuñando la maza
Abre a un rival la cabeza
Y del cuerpo la separa.
Pero al ver que el enemigo
Dobla irritado la audacia,
Con acento varonil
A su hueste electrizaba.
«Compañeros, la victoria
Corona nuestra esperanza;
Combatamos, y seguidme;
Que el que expire en la batalla,
A la noche del sepulcro
No bajará sin venganza.
¿Qué teméis? Una es la muerte;
Sólo la deshonra infama;
Los cuerpos del enemigo
Nos servirán de mortaja,
Al crujido de los huesos
Que hollemos con nuestras plantas.
Dice, y las naves ligeras
Miden furiosas las aguas,
Cortan el aire las flechas,
El mar sus ondas levanta,
Y se amontonan cayendo
Piedras, troncos, leños, mazas;
A los golpes se desploma
Una entreabierta piragua,
Y en las rocas puntiagudas
Se oyen estrellar las tablas.
Embravecida la lucha,
Se estrechan y se entrelazan
Combatiendo los rivales
Con enfurecida saña.
En el cráneo del vencido
Las agudas uñas clavan,
Y en las órbitas vacías
Los sangrientos ojos saltan.
Arrancan la cabellera
Del que cayó en la piragua;
Y con la carne aun caliente
Sobre los remos flotaban.
Los guerreros semivivos
Arroja el mar en las playas,
Y los fúnebres clamores
El viento lleva en sus alas.
Los tiburones roqueros
En las olas aleteaban,
Y a los héroes insepultos
Con los dientes despedazan.
Lago de sangre es el fondo
De cada hundida piragua;
Nadie vacila en la lucha,
Y el laurel de la batalla
Indecisa la victoria
A los campeones negaba.
Cuando rompiendo las olas
En una luminosa piragua,
Por las filas enemigas
El audaz Ornoya avanza,
Y al genio de las tinieblas
Finge el guerrero en su marcha.
Síguenle doce campeones
Recios de miembros y espaldas,
Ágiles, vivos y osados,
En cuya frente tostada
Azules y blancas plumas
Tintas en sangre flotaban.
Enfurecidos se arrojan,
Y en la enemiga piragua
Acometen al cacique
Que fieramente luchaba
Con el tropel de guerreros
Por arrebatar la palma.
Cuando clavan en sus sienes
Una flecha emponzoñada:
El cacique lanza un grito,
Vacila, cae y la maza
De la mano moribunda
Suelta al exhalar el alma,
Exclamando en ronco acento:
«¡Victoria! ¡Muerte! ¡Bahama!»
Al ver caer al guerrero
Infiel, su gente desmaya,
Y furioso el bravo Ornoya
Rompe, desordena, mata,
Filas enteras derriba,
Y de piragua en piragua,
Como el rayo en la tormenta,
Atropella, desbarata;
Y en el montón de cadáveres
Su sombra se dibujaba
Como el ángel de la muerte
Que el Universo amenaza.
«¡Victoria!» gritan cien voces;
Y en la ruidosa algazara,
«¡Victoria a Ornoya!» repiten
Las indias en las montañas.
Huye aterrado el vencido.
Baten los remos las aguas
Y en el vecino horizonte
El sol las velas doraba;
Hierven las olas, los vientos
Despliegan fieros las alas,
Y en filas de dos en dos,
Con las vencidas piraguas
Y sus caciques rendidos
Entra el vencedor en Jagua.
Pagina anterior: HORAS ELÁSTICAS - Príncipe
Pagina siguiente: EL NIDO DE CÓNDORES - Olegario Víctor Andrade