EN EL INVIERNO - Ros de Olano
Es encantadora y sugestiva la descripción que Ros de Olano (1808-1886), hace del hogar de la vieja casa de familia, nido de dulces recuerdos, y en la que imperan las costumbres tradicionales.
¿Ves, hermana, cómo acude
Tras la aflicción el consuelo,
Sin que el corazón lo advierta
Ni lo procure el deseo?
Antes, al volver la vista
A la cruz del cementerio.
Vertías acerbas lágrimas
Con amargo desaliento;
Y hoy, con los ojos enjutos.
Pronunciando el Padrenuestro,
Han apartado tus manos
La nieve del santo suelo.
Donde de nuestros mayores
Yacen los mortales restos.
Cuyas almas inmortales
Te bendicen desde el cielo.
Se han cambiado tus sollozos
Y los ayes de tu pecho
En plácidas melodías
Que acusan otros afectos...
Y esa misma cantinela
Del ángel que guarda el sueño
De los niños, la aprendiste
En el regazo materno.
Nuestra madre te la dijo
Abrigándote en su seno,
Con arrullo de paloma
Cuando ampara a sus hijuelos.
Y la rueca, con sus flores
De siempreviva al extremo,
Y el huso de plata fina,
Con la inicial de su dueño;
Ese infatigable huso
Que tus delicados dedos
Tras levísimo chasquido
Lanzan con ágil gracejo;
Y ese copo bien peinado
Del lino de nuestro huerto,
Que vas desatando en hebras
De finísimo cabello;
La rueca, el huso y el lino
Son que allá en mejores tiempos,
Al compás de las canciones
Del ángel que guarda el sueño.
Sirvieron a nuestra madre,
Al arrimo de este fuego.
Para hilar blancas madejas
De que luego se tejieron
Las sábanas de tu cuna
Y las de mi breve lecho.
;Oh, piadosa hermana mía!...
;Cuán dulce contentamiento
Sentimos los dos ahora
En el altar del recuerdo;
En este hogar heredado.
Llama de calor perpetuo,
Que avivaban nuestros padres
Y sus padres encendieron!...
¡Así nosotros, hermana,
Venturosos herederos
De sus cristianas costumbres.
De su hacienda y de su techo.
Podamos legar el fruto
De sus honrados consejos
A hijos dignos de nosotros
Y dignos de sus abuelos!
Que en mal hora los que heredan
Olvidan sus venideros;
Y los que son en el mundo.
Porque sus mayores fueron,
Poderosos en riqueza,
En la ostentación egregios,
Y disipan en festines
Bajo artesonado regio.
Hacienda que no fundaron
Con su ciencia ni su esfuerzo.
Afrentan en ocio impuro
Honor que no merecieron.
Yo, a ejemplo de nuestros padres.
Hermana mía, prefiero
A manjares no soñados
Por el natural deseo.
Frugal mesa abastecida
Para el preciso sustento
Con los frutos generosos
Que rinde al trabajo el suelo.
Y, al mirarlos sazonados
Con la forma en que nacieron
Servidos en blanca loza
Sobre limpísimo lienzo.
Digo con gozo en el alma.
Y en quien soy los ojos puesto?:
“Aves son de mis corrales.
Que en mis corrales nacieron;
Corderos de mis ovejas;
Caza que abatí en el suelo;
Vino tinto de mi viña.
Trasegado, limpio, añejo;
Verduras de mi cercado
Y frutas de mis injertos...
Así Dios no me perdone,
Hermana, si te exagero;
Pero si se me obligase
A optar entre dos extremos:
Vivir sobrado de fausto
Fuera del hogar doméstico
O empobrecer mi comida
Aquí, al amor de este fuego,
¡Hermana! Dios no me ayude
Si no es verdad que prefiero
A dejar mi amado asilo,
Un negro pan de centeno,
Con las frutas arrugadas
Que guardas para el invierno.
Mas ya advierto que vencimos
Esta velada de enero;
Y, pues nos anuncia el gallo
Que ha dormido el primer sueño,
Hermana, arropa la lumbre
Con la ceniza, y dejemos
La guarda de nuestro ejido
A mi leal compañero.
Ni asechanzas de la envidia
Ni injustas venganzas temo;
Pues, al fin, no tiene el hombre
Mejor amigo que cl perro.
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