EL FONDO DEL SILENCIO - Salvador Rueda


En el silencioso trabajo de la Naturaleza, el inspirado poeta Salvador Rueda cree escuchar todas las misteriosas armonías de la Creación.

Redondo el horizonte ilimitado;
Fecundo el cielo cual promesa rica:
¡La santidad de todo lo creado
En el silencio augusto fructifica!

Nada hay ocioso en su profunda calma;
Repleta está de músicas sutiles.
De clepsidras que se oyen en el alma.
De martillos, escoplos y buriles.

Taller maravilloso se dijera,
Donde la luz, los átomos del viento,
Los haces de agua, la creación entera.
Trabajan con un mismo pensamiento.

Una risa de Dios mueve la vida
Como un motor inmenso, y milagrosas.
Mientras rueda esta máquina encendida,
Embriagadas de amor cantan las cosas.

Cantan en un trabajo que no apena,
Porque el placer sus herramientas mueve
Y la bondad que lo infinito llena
A todo da su movimiento leve.

Mas no pueden oírse sus sonidos.
Pues de esas altas músicas el vuelo
Es sensible tan sólo a los oídos
Aptos para la acústica del cielo.

No se oye el cincelado de las flores
Que en su regazo labran los vergeles,
Pero en esos oídos interiores
Se siente el golpear de los cinceles.

No se escuchan los átomos briosos
Que hacen las rosas cual la luz de hermosas
Pero en esos oídos misteriosos
Se oye el desplegamiento de las rosas.

No oye el oído la precisa ciencia
Que forma una numérica granada,
Pero la mente escucha la cadencia
Que alza el taller hasta quedar rimada.

No escuchan los oídos materiales
De una espiga los granos como gotas.
Mas le oyen los oídos ideales
Cual flauta de oro de acordadas notas.

Nadie escucha el buril idealizado
Que diseña de un pájaro las galas,
Mas se siente afinar, como un teclado,
Las ringleras de plumas de las alas.

Oíd el paso isócrono del mundo.
Del corazón con el gigante oído;
Al ir por los espacios errabundo
Va a una cadencia original ceñido.

Escuchad por el cielo imaginario
Andar alada, cual visión ninguna,
A la de nácar místico incensario
Que un ángel mece, a la afligida luna.

Oíd del sol el cántico valiente;
Sus notas son sonidos ardorosos
Con fuego escrito de su hoguera hirviente
En su marcha de acordes prodigiosos.

Quitando de esa música grandiosa
Los mentales oídos asombrados,
Y oyéndonos el alma misteriosa,
Nos hablan de otros mundos ignorados.

Del fondo del silencio estremecido
Sube una grande, prodigiosa fiesta,
Y donde acaba inútil el oído
Empieza el alma a percibir la orquesta.

Escuchad con las mentes peregrinas
La voz rítmica y grave de las cosas:
¡Cantan las matemáticas divinas
En los soles lo mismo que en las rosas!

A número y a ritmo, como el verso,
Está la vida universal sujeta,
Y del arpa triunfal del Universo
Una chispa que salta es el poeta.