EL VIAJERO - José Rosas Moreno
Estos versos del poeta mejicano José Rosas Moreno (1838-1883), compendian la lamentable historia de muchos infelices que, desesperados por no lograr lo que ansían, buscan cobardemente en la muerte término a sus penas, cuando, en la mayoría de los casos, hubieran podido librarse de sus sufrimientos con sólo tener más fe en su propósito y más constancia para alcanzarlo.
Al declinar el día
Un viajero su paso detenía,
Herida el alma de mortal tristeza.
Pues mucho tiempo hacía
Que en obscuro camino no veía
Más que escarpadas rocas y maleza.
Y en aquellas alturas circundadas
De abismos imponentes,
Mezclábase el rumor de las pisadas
Al clamor de las aves espantadas
Y al perpetuo rugir de los torrentes.
¡Ay, infeliz, errante peregrino!
Su pálido semblante
Reflejaba el horror de su destino;
Al impulso del raudo torbellino
Su cabello agitábase flotante,
Y sangraba su planta vacilante,
Destrozada en las zarzas del camino.
“No quiero -dijo con furor salvaje-
Sufrir más tiempo el incesante ultraje
De mi enemiga suerte,
Y al afán y a la angustia del viaje
Voy a buscar un término en la muerte.
Hoy hace un año que con rumbo incierto,
Caminando incesante, me fatigo,
Sin encontrar doquier más que desierto:
No he hallado nunca bienhechor abrigo
En mi penar doliente;
En vano busco la anhelada calma;
Me abrasa sed ardiente,
Y no hay en mi camino ni una fuente,
Ni la sombra apacible de una palma.
Con el ansia insaciable del deseo,
En vano por doquier suspiro triste;
No existe, no, no existe-
La bendita ciudad que en sueños veo;
Muerta contemplo la esperanza mía,
Y, en mi dolor profundo,
La única dicha que me ofrece el mundo
Es el asilo de la tumba fría.”
Dijo, y veloz corriendo.
Saltar del pecho el corazón sintiendo,
En alta cima de gigante roca
Puso, por fin, su planta ensangrentada,
Y con audacia loca
El abismo midió de una mirada.
Otro viajero entonces
Le vio sobre la altura, y comprendiendo
Que iba a buscar la muerte, presuroso
Quiso evitar un crimen horroroso;
Pero en aquel instante
Inclinóse el suicida hacia adelanto;
Al hondo abismo le tendió los brazos,
Y su sangriento cuerpo palpitante
Saltó sobre las rocas en pedazos.
“¡Ay, infeliz! -exclama
El segundo viajero,
El pavoroso abismo contemplando;-
Piedad me causa su fatal locura;
La dichosa ciudad que iba buscando
Se encuentra allí, tras la riscosa altura.”
Del suicida, lector, he aquí la suerte:
Va a arrojarse en los brazos de la muerte
Cuando toca tal vez a la ventura.
Pagina anterior: EL ALMA - Jorge Noel Gordon
Pagina siguiente: LOS MOTIVOS DEL LOBO - Rubén Darío