EL CONDE UGOLINO - Dante Alighieri
El espantoso relato que aquí hace Dante Alighieri es uno de los más notables episodios de su Inmortal poema, la Divina Comedia. El conde Ugolho della Gherardesca. jefe de la República de Pisa, se enemistó con el arzobispo Rogerio de Ubaldini, poderoso magnate pisano. quien luchó con el conde, lo venció y lo hizo prisionero, junto con dos de sus hijos, Gaddo y Uguccione, y dos nietos. Niño y Anselmuccio. Después de haberlos encerrado en la torre de Gualandi, el arzobispo, pasados algunos meses, arrojó al Arno las llaves de aquella prisión, y prohibió que se socorriera a las victimas de su venganza. Los prisioneros perecieron de hambre, sin que nadie conociera sus angustias. Dante supone al arzobispo en el Infierno, y al conde imponiendo a su despiadado enemigo sangriento y atroz castigo.
El réprobo dejó la atroz comida:
Su ensangrentada boca a la guedeja
De la cabeza por detrás mordida,
Limpió y dijo: -Tú quieres que mi queja
Fiera renueve la memoria insana
De dolor en lo horrible sin pareja.
Pero si de mi voz semilla mana
De deshonor al vil que estoy royendo,
Llorar y hablar escucha, alma mundana.
Ni sé quién eres ni por qué tremendo
Azar bajaste aquí, mas florentino
Me estás, cuando te escucho, pareciendo.
Contempla en mí al que fue conde Ugolino
Y en éste al Arzobispo, aquel Ruggiero
Que puso atroz desdicha en mi camino.
Cómo por su mal alma fui primero
Preso y después a muerte reducido,
Que sabrás por la fama considero.
Pero no puedes nunca haber oído
La cruda muerte que medió esta hiena;
Oye y sabrás por qué le tengo asido:
Breve agujero dentro de la almena
Que del hambre nombró mi fin oscuro,
Y en la cual otros pagarán su pena,
Me había mostrado ya el resplandor puro
De algunas lunas, cuando un sueño impío
El velo desgarróme del futuro.
Parecía este jefe y mentor mío
Lobo y lobeznos hacia el monte echando
Que alza entre Luca y Pisa el bulto umbrío.
Detrás venía sanguinoso bando
De famélicas perras que azuzaba
Lamfranco con Sismondi y con Gualando.
Breve correr a un tiempo fatigaba
A hijos y padre y con agudos dientes
La trailla feroz los traspasaba;
Despertóme al sentir ayes dolientes:
También soñando en tan horrendas
horas Pan pedían mis hijos inocentes.
Cruel eres si lágrimas demoras
Al dolor fiero que éste me anunciaba.
¿De qué sueles llorar si ahora no lloras?
Despiertos eran, la hora se pasaba
En que solían darnos alimento,
Y por su sueño cada cual dudaba.
Cuando a mis pies la entrada clavar siento
Del torreón, cruel, miré aterrado
De mis hijos el rostro macilento,
Mas no lloré: quedé petrificado.
Ellos sí, sollozaban; y Anselmito
Me preguntó:-¿Qué tienes, padre amado"
Ni llanto ni respuesta di a aquel grito.
Así el día y la noche fue corriendo
Hasta que un nuevo sol lució maldito.
Cuando la luz la sombra iba rompiendo.
Y del hambre los signos inhumanos
En sus tiernos semblantes fui advirtiendo
Mordíme de dolor entrambas manos.
De hambre feroz señal creyendo aquella
Se alzaron a la vez los tres hermanos,
Diciéndome:-Si el hambre te atrepella
Sírvete de nosotros. Tú nos diste
Esa mísera carne: come de ella.
Cesé por no agravar su suerte triste.
Mudos pasamos este y otro día.
¡Ay! ¿por qué, dura tierra, no te abriste?
Alumbró el cuarto la prisión sombría.
Gado tieso a mis pies cayó diciendo:
-Padre, ¿por qué no ayudas mi agonía
Luego murió, y como me estás viendo,
Del quinto al sexto día, uno por uno,
Vi caer a los tres. Yo con tremendo
Furor mi rostro el de los tres reúno.
Los llamó muertos dos eternos días.
Luego más que el dolor pudo el ayuno.
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