LA TRIBULACIÓN DE JOB - Luis Alejandro Blanco


Luis Alejandro Blanco, poeta venezolano, glosa en esta composición, de tema y estilo bíblico, los sentimientos de dolorida resignación e inquebrantable esperanza que prevalecieron en el espíritu de Job, patriarca de Idumea, cuando privado de todas sus riquezas y herido de una lepra inmunda se vio abandonado y despreciado.

¡Quién me diera volver a mi pasado
De paz y de alegrías,
De juventud, cuando, por Dios guardado
Bellos eran mis días;

Cuando, en secreto, Dios omnipotente
En mi tienda moraba,
Y en mi familia, cándida, inocente,
Su gracia derramaba;

Cuando de pura luz rayo divino
Mis noches alumbraba,
Y de la vida incierta en el camino
Su mano me guiaba;

Cuando sus puertas la ciudad me abría,
Y jóvenes y ancianos
Con respetuoso amor me recibían.
De mi justicia ufanos,

Y en medio de sus plazas, preferencia
Al magnate me daban,
Excelsa era mi gloria; a mi presencia
Los príncipes callaban;

Si cruel rey cortejado sonreía
A la gente un instante,
Sobre la dura tierra no caía
La luz de mi semblante!

Mas corta fue mi dicha; se deshizo
Mi fantasma de gloria;
Que retirar de mí su mano quiso
El Dios que da victoria.

Como el árbol altísimo arrancado
De raíz, yo he caído;
Del oprobio mi frente ha ya tocado
El polvo envilecido.

De mi infortunio huyeron los que un día
Mis gracias imploraron;
De mi acerbo dolor, de mi agonía
Los hombres se mofaron.

Me calumnió el amigo; mis hermanos
La espalda me volvieron;
A mis hijos rogaba, y ruegos vanos
Para mis hijos fueron.

De mi vida en el áspero sendero,
Sin luz, sin mano amiga,
Errante en mi vacío, el dolor fiero
Punzante me fatiga.

Consuela ¡oh Dios! mis días, o mi vida
Impele hacia su ocaso;
¡Y halle descanso mi ánima afligida
En el mortal regazo!

Mas ¡ay mi Dios! que en la miseria hundido
Tú me has abandonado;
Y no escuchas, Señor, mi hondo gemido
Ni mi ruego inflamado...

Mas desde el fondo de mi negro abismo
Donde el rayo se apaga de tu cielo,
Donde el rugir de la tormenta mismo
Un eco no despierta en mi consuelo;

Do no hay acento; do ahógase el gemido
En las tinieblas de su seno frío...
Yo te adoro, Señor, siempre rendido,
Y alabo tu justicia y poderío.

Tú eres, Señor Dios mío, omnipotente;
Los cielos ante ti resplandecieron;
El abismo temblaba; en él su frente
Los ángeles rebeldes escondieron.

¡Omnipotente Dios! Tu acento solo
Hizo brotar el mundo de la nada;
Heláronse las aguas en el polo;
La montaña lanzó su onda inflamada.

Diste a la nube el rayo; le marcaste
Lindes al mar soberbio y revoltoso,
Y el camino del fuego señalaste
En el inmenso espacio al sol radioso.

Si tendiste, Señor, tu diestra airado,
La alta cerviz de bronce del tirano
Rompióse con fragor, y despeñado
Cayó el impío; su poder fue vano;

Y sus haces, caballos, caballeros,
Que contra ti sus frentes levantaron
De orgullo henchidos, de potencia fieros,
Del Rojo mar las ondas los tragaron.

Vertió a tu voz la roca dulce fuente,
Y detúvose el sol en su camino;
El mar huyendo paso dio a tu gente
Que alimentaste del maná divino.

Yo te adoro, Señor omnipotente:
Los cielos ante ti resplandecieron;
El abismo temblaba; en él su frente
Los ángeles rebeldes escondieron.

¡Vuelve, mi Dios, tu paternal mirada
Hacia tu siervo que en tu amor se fía!
¡Protégeme, Señor; mi alma angustiada
Libra de su dolor, de su agonía!