LA POESÍA EN LA JUVENTUD
La juventud es un período de la vida humana en que florece toda suerte de espléndidas visiones. La esperanza preside todas las acciones, y los pensamientos se elevan hacia las regiones etéreas del ideal.
Todo parece entonces posible, toda empresa puede? ser llevada a cabo, todo anhelo cumplido, todo proyecto acabado, todo ideal realizado.
Al vigor y la pujanza de las fuerzas corporales corresponde un parejo vigor de la imaginación y de la fantasía. La realidad entera del mundo y de las cosas humanas es contemplada desde un punto de vista diferente al del hombre; maduro. El Universo resulta entonces más ancho y más pleno de luz.
Lo que la juventud no tiene de experiencia lo suple con un exceso de fantasía; lo que le falta de discreción le sobra de pujanza, de vigor y de atrevido empuje.
En la poesía, como en todas las artes, estas características espirituales de la juventud se manifiestan de manera evidente a través de todas las literaturas antiguas y modernas.
Entre las muchas poesías en que se refleja así el entusiasmo ardiente de la juventud merece citarse una del poeta norteamericano Enrique Wadsworth Longfellow, intitulada Excelsior, que ofrecemos más adelante traducida al castellano. En esa composición se ve la juventud simbolizada en un gallardo mancebo que emprende la ascensión a las nevadas cumbres de altísimas sierras, desafiando peligros, insensible a. las seducciones del bienestar y del amor, desoyendo los consejos prudentes y reposados de los hombres maduros y de los ancianos. Es un canto al ímpetu arrollador de la voluntad juvenil y de la aspiración insaciable del alma a lo más elevado y perfecto, aspiración que la muerte misma no puede ahogar o extinguir.
Seguramente nos sería difícil hallar un solo poeta que no haya sentido el encanto de las galas primaverales y, con igual razón, el de ese período de la mocedad que constituye la primavera de la vida del hombre.
Y como en la juventud es cuando el corazón es más vehemente y generoso, la mayor parte de las poesías escritas por sus autores en la edad juvenil rebosan un noble sentimiento de amor al prójimo y un gran entusiasmo por toda causa justa.
Se ha dicho en alguna ocasión que la poesía de la infancia y de la adolescencia puede resumirse en esta frase: "Cuando yo sea hombre". Pero esto no es del todo exacto porque con más propiedad podría decirse que la frase: "Cuando yo era joven" representa la poesía de la vejez y de la edad madura. Y esto tanto más cuanto que en la juventud predominan como hemos dicho la imaginación y las generosas ilusiones de cuya sustancia ha de nutrirse la poesía, cualquiera sea la edad de quien la concibe y la produce. La ilusión es el deseo de realizar algo, que después de realizado nos parece mucho más pequeño de lo que habíamos soñado, pues como ha dicho un poeta sudamericano:
Toda ilusión el corazón embriaga mientras su dulce realidad nos niega: es realidad después y ya no halaga; el deseo es una ola: se despliega, resbala, se hincha, se abalanza, llega reventando en espumas y se apaga.
De este modo, todo cuanto se sueña durante la juventud suele deshacerse en una nube de espumas, como las olas que se rompen en la playa; se disipa, desaparece con la madurez. Sin embargo, es necesario y provechoso que soñemos durante los años de nuestra mocedad, porque la ilusión es la gran impulsora de innumerables 1 empresas nobles y elevadas, algunas de las cuales llegan siempre a realizarse si no falta el oportuno sostén de la esperanza.
Por eso resulta siempre tan agradable y reconfortante leer lo que los poetas escribieron en su juventud, aun cuando lo mejor de su producción lo hayan dado a luz durante los años de su madurez.
Seguramente que en sus primeros cantos hubo más exaltación, más fantasía; pero después, en la edad i viril, dieron más sazonados frutos de inspiración y lograron así composiciones más perfectas y más ricas de verdad humana. Efecto de contemplar la vida desde una más elevada perspectiva, y efecto también de la reflexión y de la experiencia.
Estas modalidades se reflejan también en el campo de lo puramente artístico y en el dominio de la forma poética. Muchos poetas en su juventud pretenden ser innovadores, inventar nuevas formas, nuevos ritmos, nuevas combinaciones métricas, se esfuerzan por parecer en todo originales y distintos, y su máxima aspiración consiste en llegar a fundar una escuela poética, dejando tras sí la estela de una inspiración única y justamente venerada por una pléyade de discípulos.
Sin embargo, al llegar a la madurez son con frecuencia estos mismos poetas quienes, teórica y prácticamente, se constituyen en defensores de las tradiciones literarias del pasado y forman las Academias de Letras, venerables instituciones donde se consagra la producción literaria de las pasadas generaciones, se custodia el legado de los clásicos y se propone a la imitación de los jóvenes el modelo de los escritores antiguos.
De una manera general podemos decir que en la poesía de la juventud predominan la fantasía, el brillo de las imágenes, el ímpetu del verbo y la frescura y espontaneidad de la inspiración, en tanto que la poesía de la madurez suele distinguirse por una mayor perfección formal, por una mayor solidez de la estructura, por mayor equilibrio de las figuras y de la elocución, por una más amplia visión de los problemas humanos y por una más serena y ecuánime actitud frente a la vida.
Hallándose las facultades del poeta sometidas a las naturales mudanzas y transiciones de la vida humana, necesariamente ha de revelarse en sus composiciones vehemente durante la juventud, reflexivo en la madurez y lleno de recuerdos y nostalgias en su gloriosa ancianidad.
Esta ley nos alcanza más o menos a todos los hombres, que tenemos también algo de poetas, aunque nunca hayamos escrito versos.
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