La onza y los pastores
En una trampa una onza inadvertida
Dio mísera caída;
Al verla sin defensa
Corrieron a la ofensa
Los vecinos pastores,
No valerosos, pero sí traidores.
Cada cual por su lado
La maltrataba airado,
Hasta dejar sus fuerzas desmayadas,
Unos a palos, otros a pedradas.
Al fin la abandonaron por perdida:
Pero viéndola dar muestras de vida
Cierto pastor, dolido de su suerte,
Por evitar su muerte,
Le arrojó la mitad de su alimento,
Con que pudiese recobrar aliento.
Llega la noche: témplase la saña,
Marchan a descansar en la cabaña,
Todos con esperanza muy fundada
De hallarla muerta por la madrugada.
Mas la fiera, entretanto,
Volviendo poco a poco del quebranto,
Toma nuevo valor y fuerza nueva;
Salta, deja la trampa, va a su cueva;
Y al sentirse del todo reforzada,
Sale, si muy ligera, más airada;
Ya destruye ganados,
Ya deja los pastores destrozados.
Nada aplaca su cólera violenta:
Todo lo tala, en todo se sangrienta.
El buen pastor, por quien tal vez vivía,
Lleno de horror la vida le pedía.
“No serás maltratado
-Dijo la onza-, vive descuidado,
Que yo sólo persigo a los traidores
Que me ofendieron, no a mis bienhechores”.
Quien hace agravios, tema la venganza:
Quien hace bien al fin al premio alcanza.
Pagina anterior: El viejo y el chalán
Pagina siguiente: La hermosa y el espejo