El herrero y el perro
Un herrero tenía
Un perro que no hacia
Sino comer, dormir y estar echado
De la casa jamás tuvo cuidado.
Levantábase sólo a mesa puesta:
Entonces con gran fiesta
Al dueño se acercaba,
Con perrunas caricias lo halagaba,
Mostrando de cariño mil excesos
Por pillar las piltrafas y los huesos.
«He llegado a notar -le dijo el amo-,
Que aunque nunca te llamo,
A la mesa te llegas prontamente.
En la fragua jamás te vi presente.
Y yo me maravillo
De que, no despertándote el martillo,
Te desveles al ruido de mis dientes.
¡Anda, anda, poltrón; no es bien que cuentes
Que el amo, hecho un gañán y sin reposo,
Te mantiene a lo conde muy ocioso!»
El perro le responde:
«¿Qué más tiene que yo cualquiera conde?
Para no trabajar, debo al Destino
Haber nacido perro y no pollino».
«¡Pues, señor conde, fuera de mi casa!
¡Verás en las demás lo que te pasa!»
En efecto; salió a probar fortuna,
las casas anduvo de una en una:
Allí le hacen servir de centinela
Y que pase la noche toda en vela;
Acá, de lazarillo y de danzante;
Allá, dentro de un horno, a cada instante
Asa la carne que comer no espera.
Al cabo conoció de esta manera
Que el destino, y no es cuento,
A todos nos cargó como al jumento.
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