El gigante que llevó en hombros a un pobre
Hallábase sentado cierto día en su celda un anciano ermitaño cuando se le presentó un hambrón de formidable musculatura, que dijo llamarse Offero y le contó la historia más extraña del mundo,
“Desde mi juventud he tenido una fuerza extraordinaria -empezó diciendo-, no ha habido juego ni deporte en que no venciese a mis contrincantes. Pero pronto me cansé de esta vida de ociosidad; una voz interior, que me impulsaba a cosas mucho más elevadas, no me permitía quedar satisfecho de mí mismo.
“Vestí, pues, mi armadura y empuñé la espada, y viajé hasta; dar, por fin, con el palacio del mayor rey de la tierra, a cuyo servicio quedé por algún tiempo. Un día lo vi hacer una señal en la frente, siempre que su bardo, que delante de él; cantaba acompañándose del arpa, mencionaba al demonio. No quise servir más a semejante rey, que no era ¡ valiente, pues tenía miedo al diablo. Emprendí de nuevo mi camino, y andando, andando, encontré en una negra floresta a Satanás rodeado de su corte.
“-¿Eres el rey más valiente de la tierra? -le pregunté. Y oyéndole decir que no temía a nada, determiné prestarle mis servicios.
“Pero, viéndole un día retroceder espantado ante una crucecita de madera colocada en un camino real, le increpé diciéndole: -¡Cómo!¡ ¿Eres el hombre más valiente del mundo, y te asusta un pedazo de madera;?
“-No me asusta la cruz -me contestó-; sólo temo al que murió en ella.
“-En cuanto oí esta respuesta, dejé al demonio; y desde entonces he procurado en todas partes descubrir quien es ese que estuvo pendiente de la cruz. Ahora una voz interior me ha traído a ti; te ruego que me expliques la historia del rey a quien teme el diablo.”
Explicósela el ermitaño, y en cuanto hubo concluido, levantó en alto el gigante su descomunal espada y presentándola al cielo, juró que en adelante sólo serviría a Cristo. Dijóle el ermitaño que este rey no quería que los hombres peleasen por él, sino que luchasen contra el demonio, mediante una vida llena de virtudes y dedicada a la oración.
Replicó Offero que muy bien podría ser esto verdad, pero que indudablemente Dios no le había dado inútilmente fuerza muscular, y que esta fuerza se la consagraría a Cristo. Entonces, el ermitaño lo condujo a las márgenes de un ancho e impetuoso río, y le ordenó que viviese allí y ayudase a las personas pobres a pasar la corriente. Agradó a Offero la proposición del anciano; edificó una choza, arrancó un pino para utilizarlo como báculo, y cuando algún pobre necesitaba atravesar la impetuosa corriente, lo tomaba a cuestas y lo pasaba a la otra parte, diciendo que lo hacía por amor a Dios.
Una noche tempestuosa, llegó a él un niño rogándole que lo trasladara a la otra parte, y Offero, tomándolo en hombros, empezó a vadear la corriente. Pero al paso que avanzaba, el niño pesaba más y más, hasta el extremo de que al gigante llegaron a flaquearle las rodillas. Con todo, lo trasladó a la otra ribera, y cuando lo hubo bajado de sus hombres, le dijo:
-¡Cristo, válgame lo que pesas!
A estas palabras transformóse el niño en estado glorioso, rodeado de un nimbo de luz celeste, y dijo a Offero:
-Te he parecido pesado porque llevo sobre mí los pecados y tribulaciones de todo el mundo. Yo soy Cristo. Y por cuanto has sido bondadoso para con el débil y me has llevado a mí en tus hombros, tú mismo en la exclamación anterior has pronunciado el nombre que llevarás en adelante: Cristóbal.
Desapareció el niño, y Cristóbal cayó de rodillas en la oscuridad.
Cristóbal, o Cristóforo, quiere decir “el que lleva a Cristo”.
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