Marxismo y existencialismo, filosofías del siglo XX
Finalmente llegamos a la época de la que somos espectadores inmediatos y aun actores. Dos corrientes tenemos que añadir a las ya señaladas. Mencionemos, en primer lugar, la filosofía de Marx, cuya importancia no podemos desconocer pues es la filosofía oficial del comunismo. Para Marx (1818-1883) el ser es el obrar, y el obrar es el producto resultante en cada etapa de la historia de la incidencia de lo económico en lo humano; en el gran dilema filosófico entre el pensar y el ser, el pensamiento no sólo es despojado de su primacía, sino que es relegado a un submundo de epifenómenos de importancia menor y aun nociva. La praxis, o sea, el hacer, el transformar, debe sustituir a la teoría, o sea al pensar y al saber.
Todos hemos oído hablar del existencialismo. La repercusión de esta corriente filosófica ha sido tal que ha trascendido el marco de lo filosófico, y hablamos de novela, cine y teatro existencialista, y ¡hasta de un peinado y una moda existencialistas! Dejadas de lado las extravagancias que rodearon cierto tipo de existencialismo, éste, como pensar filosófico, representa una reacción necesaria y saludable frente a un racionalismo exagerado y un idealismo inmanentista. Por ello, acentúa la consideración de lo irracional e indeterminado en el hombre, y hace de la libertad incondicionada y ambigua el pivote fundamental del existir y por lo tanto del ser en general. A Husserl (1859-1938) debe el método fenomenológico, es decir, el método basado en la descripción del contenido de los hechos de conciencia tal como son vividos desde el interior por el sujeto que los padece. De Kierkegaar (1813-1855) saca el concepto de angustia y el vivir comprometido. Sus corifeos abren caminos distintos y toman nombres diversos: se llaman Sartre (1905-), cuando la angustia es angustia de una existencia sin Dios, viscosa y absurda, cerrada sobre sí misma; Marcel (1887-), Jaspers (1883-), Lavelle (1882-), cuando la angustia se abre a la esperanza y acepta una Trascendencia Personal como límite de lo humano y reclamo a su existencia; Heidegger (1889-), cuando la angustia oscila en lo ambiguo de la pura angustia de ser para la muerte.
Aquí terminamos nuestro paseo al lado de los grandes pensadores de la humanidad. No todo lo que ellos dijeron perdurará con el tiempo. La verdad buscada no todos la consiguieron en igual medida. Pero todos han participado, como otros participarán en el futuro, en esa gran aventura, cuyo objeto no es descubrir islas de escondidos tesoros sino el saber que nos enseña para qué vivimos. ¿Somos hijos del tiempo, nacidos para el tiempo y que morimos, como la pasión inútil, inútilmente? ¿O somos, semilla sembrada en el tiempo, pero inquietada en su existir temporal por una Eternidad que la reclama? Responder a tales preguntas será siempre la gran inquietud de la humanidad y la ocupación de los grandes filósofos.
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