Verdi, bandera de los revolucionarios y expresión del sentimiento nacional italiano
El 10 de octubre de 1813 nació José Verdi en la aldea de Roncóle, cerca de Busseto, en la provincia de Parma. La humilde condición de la familia no dejó entrever en los primeros años de su infancia la gloria que posteriormente coronaría sus esfuerzos. Sin embargo, en el fondo de su corazón ardía una llama: la pasión por la música. La infancia de Verdi se nos brinda sencilla y sin los anuncios precoces del genio. A diferencia de otros niños, era retraído y taciturno. A las ruidosas expansiones infantiles prefería la tranquilidad del campo.
Solía recorrer las callos do la aldea nativa detrás de un bohemio harapiento a quien los pilluelos llamaban il povero Bagesset, y que se ganaba el sustento cotidiano tocando un desafinado violín a orillas del arroyo. Pronto el niño y el bohemio sellaron una amistad basada en el amor que experimentaban ambos por la música; Verdi comenzó a practicar sobre el teclado de un desvencijado clavicordio. Robándole horas al sueño y a los pasatiempos propios de la edad, se consagró de lleno al estudio, y así llegó a ocupar el cargo de organista en la iglesia de su aldea, cuando sólo tenía trece años. Al comprender que allí no podía completar los estudios, consiguió que su padre lo enviara a Busseto, donde conoció al proveedor de la hostería, el señor Barezzi, quien le prestó el más amplio apoyo y lo vinculó con los centros musicales del lugar. A los 19 años obtuvo una exigua beca de veinticinco francos mensuales, lo que le permitió presentarse al Conservatorio de Milán, donde, por ironía del destino, la comisión examinadora declaró que no poseía condiciones para la música.
Los comienzos fueron muy duros para nuestro autor, quien tuvo que enfrentar contratiempos muy serios. La fuerza de voluntad y la tenaz constancia que siempre lo distinguieron, lo llevaron al triunfo, pero aún le faltaba pasar por otra dura prueba, esta vez de índole familiar. Había formado su hogar con Margarita Barezzi, hija de su mecenas en Busseto, cuando en el término de muy poco tiempo tuvo la desgracia de perder a su esposa y a sus dos hijitos. Profundamente dolorido y desilusionado, quiso abandonar el teatro, pero un empresario de Milán le confió el argumento para una ópera, basado en un pasaje bíblico, Nabucodonosor; con ella se consagró definitivamente. Siguieron luego, entre otras muchas, Emani, Rigoletto, El Trovador, La Traviata, Don Carlos, Aída, Otelo, etcétera, con las que obtuvo legítimos y renovados éxitos.
En su larga y rica producción teatral se aprecia una progresiva evolución, que sorprende verdaderamente, ya que a los 80 años compuso Falstaff, inspirándose en el argumento de Las alegres comadres de Windsor, de Shakespeare, en esa obra culmina su trayectoria teatral Falstaff sobresale por su singular belleza y por el acertado enfoque del personaje central.
Musicalmente, Verdi procede de la escuela melódica de Bellini y Donizetti, precursores románticos que gozaron también de justa fama.
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