Las epopeyas líricas de Wagner, poderosa influencia del genial compositor
La celebridad póstuma de Wagner compensa en algo la incomprensión de muchos de sus contemporáneos que no llegaron a entender la grandeza de su concepción lírico-dramática. Su música, en efecto, no es una música para el gran público, sino para espíritus cultivados.
Ricardo Wagner nació el 22 de mayo de 1813 en Leipzig y murió casi a los setenta años en Venecia.
Como muchos de sus contemporáneos vivió lleno de privaciones, hasta que Luis II de Baviera, quien lo distinguía con su amistad, le prestó su más amplio apoyo.
Wagner tuvo una idea muy peculiar de la ópera; la innovación más importante consistió en la importancia que asignó al texto hablado que, según él, debía formar un todo armónico con el texto musical. Fue el autor de sus propios libretos, basados en las bellas leyendas del antiguo pueblo germánico, de las que siempre fue ferviente admirador.
Sus primeros ensayos pasaron sin pena ni gloria. El primer triunfo de importancia lo obtuvo con El buque fantasma, obra en la cual recogió las impresiones de sus viajes por los mares del Norte y Báltico. Después de una breve permanencia en Londres se dirigió a París; allí sufrió las privaciones propias de un artista desconocido, hasta imponerse con la ópera Rienzi, representada luego en Dresde por recomendación de Meyerbeer.
En 1845 estrenó Tannhauser, uno de sus dramas más conocidos. Hasta este momento su producción reflejó cierta influencia itálica, aunque despunta ya el genio renovador. Siguieron luego las óperas del período de la transición: Lohengrin y Los maestros cantores. Las revueltas políticas de 1848 lo obligaron a buscar refugio en Zurich, donde terminaron de madurar sus conceptos artísticos. En 1861 volvió a triunfar en la Ópera de París con la versión francesa de Tannhauser, enriquecida con un ballet introducido para satisfacer el gusto de los franceses.
Amnistiado políticamente, Wagner pudo volver a su patria. En Munich estrenó Tristán e Isolda y Los maestros cantores, obra que muchos críticos consideran inspirada en su propia vida. Por entonces tenía esbozada ya su famosa tetralogía El anillo de los Nibelungos, cuyas dos primeras partes (El oro del Rin y La Walkyria) estrenó en Munich, donde fueron calurosamente recibidas, aunque siempre provocando una verdadera batalla de opiniones encontradas. Mientras tanto Wagner consiguió el apoyo de Luis de Baviera para levantar su propio teatro en Bayreulh, convertido en residencia particular del maestro, en sus últimos años. Durante el primer festival, realizado en 1876, se representó por primera vez la tetralogía completa; a las partes conocidas siguieron las dos últimas: Sigfrido y El ocaso de los dioses.
Wagner cerró su larga y triunfal carrera con Parsifal, en 1882, obra de inestimables méritos, que fue recibida con las mismas controversias de todos sus estrenos.
A partir de 1879 el maestro solía pasar los inviernos en Venecia, en compañía de su esposa, Cósima Liszt, hija del gran compositor y virtuoso del piano, de ese nombre. Atacado de apoplejía murió el 13 de febrero de 1883 en dicha ciudad, pero sus restos fueron trasladados a Bayreuth.
La música de este insigne compositor, a pesar de las resistencias que despertó, terminó por imponerse, y ejerció poderosa influencia sobre los compositores que le siguieron.
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