Dos revolucionarios del arte musical: Arnold Schoenberg e Igor Stravinski


que figuran entre los genios revolucionarios de la hora actual: Arnold Schoenberg e Igor Stravinski.

El primero nació en Viena, el 13 de octubre de 1874, y murió en Los Angeles, Estados Unidos de América, el 14 de julio de 1951.

Procedente de las corrientes neorrománticas y posvagnerianas, buscó dentro del cromatismo de esta última la teoría perfectamente coherente de la atonalidad, que transformó toda la sintaxis musical en vigencia hasta entonces, y estableció ideas totalmente nuevas que llevaron al sistema de los doce tonos o dodecafonismo. Schoenberg trató de demostrar sus teorías no sólo con obras tan revolucionarias como su Pierrot Lunaire, sino también mediante un interesante Tratado de armonía, en el que compendió sus experiencias brindándonos las leyes del dodecajonismo. Schoenberg hizo escuela, pues sus doctrinas fueron adoptadas por muchos compositores de Europa y América.

Alguien ha dicho que su música actúa en forma directa sobre nuestros nervios y apela constantemente a nuestra sensualidad auditiva.

La personalidad de Igor Stravinski, nacido en San Petersburgo el 23 do mayo de 1882, ejerció poderosa influencia sobre las generaciones jóvenes del siglo xx.

Hijo de un cantante del Teatro Imperial de San Petersburgo, estudió composición y orquestación con Rimski-Korsakov, pero pronto buscó solo su propia vía. Desde muy joven viajó mucho y tomó contacto en primer término con los compositores más revolucionarios de la primera preguerra mundial, aunque su estilo fue y es muy distinto de los que ellos desarrollaron. Vivió mucho tiempo en París y luego se radicó en Estados Unidos de América.

Su música se distingue por el fuerte impulso rítmico de los temas, en los cuales a veces aflora una verdadera ola de salvajismo telúrico.

Las primeras obras, entre las que sobresalen El fauno y la pastora y Fuego fatuo, no dejaban entrever su temperamento conquistador hasta que entró en contacto con Sergio Diaghilev (1872-1929), que acababa de fundar una revista de arte en la que favorecía el intercambio entre artistas rusos y de los pueblos de Occidente. Diaghilev encargó a Stravinski la partitura de un ballet que fue el que decidiría su carrera cosmopolita: el estreno de El pájaro de fuego lo consagró y al mismo tiempo lo convirtió en el compositor oficial del errante conjunto de los Bailéis Rusos. Siguieron luego Petrushka, La consagración de la Primavera, La historia del soldado, y tantos otros.

El principal mérito de Stravinski radica en el hecho de haber dado independencia absoluta al ballet, librándolo de la ópera y de la música sinfónica adaptada.

En la trayectoria de este gran compositor se aprecia una verdadera gama de matices insospechables, de entre los que sobresale un tinte neoclásico que alterna genialmente con las expresiones más revolucionarias del jazz y los ritmos modernos.