Straparola fue un heraldo de la literatura infantil
En Venecia, esa hermosa ciudad que ya por sí misma parece un cuento de hadas, cuyos antiguos y suntuosos palacios y magníficos templos levantan su majestad por entre las aguas tranquilas del Adriático, como por obra de la varita de un mágico prodigioso, vivía, en los comienzos del siglo xvi, un hombre que se llamaba Juan Francisco Straparola.
De este hombre no sabemos más sino que era un notable cuentista. En aquel tiempo Venecia era la maravilla del mundo y todos los sabios acudían a ella, atraídos por la fama de sus riquezas y de sus grandes personalidades.
Straparola, que era escritor, fue a Venecia por ser ésta la ciudad más nombrada entre las que cultivaban la industria de la impresión de libros, y allí vivió muchos años en una casa desconocida, junto a un antiguo canal, escribiendo sus cuentos, que daban a luz las imprentas venecianas.
No se pueden tener por cuentos de hadas todas las historias que escribió Straparola; pero como se inspiró siempre en las leyendas populares, cuentos son, más que otra cosa, la mayoría de sus escritos. Posteriormente hubo otro escritor que escribió el cuento del Gato con botas, pero ya Straparola lo había contado antes, si bien presentando sin botas a su gato.
Hacia fines del siglo xvii y a comienzos del xviii, “la riente Francia” era célebre por sus cuentistas. Entonces fue cuando los famosos cuentos Barba Azul, La durmiente del bosque, La gansa madre, La bella y el monstruo, y otros muchos tomaron la forma bajo; la cual son hoy conocidos. Los dos grandes cuentistas de aquel tiempo fueron un parisiense llamado Carlos Perrault, y una condesa, Mme. de Aulnoy. Y ahora tenemos que admirar tanto más los trabajos del olvidado Straparola cuanto sabemos que lo mismo la condesa de Aulnoy que Perrault sacaron sus cuentos de los de aquél, y los refirieron a su modo. Ese Carlos Perrault debía de ser un buen señor, afable y bondadoso -ocupado en asuntos del Estado, pues tenía a su cargo la conservación de los edificios reales y era además miembro de la Academia de la Lengua-, para haber encontrado humor y tiempo que emplear narrando a sus hijos sus deliciosos cuentos y escribiéndolos después para los niños de todo el mundo. Contaba ya cerca de setenta años cuando se publicó el más importarte de sus libros de cuentos, dedicado a uno de los jóvenes príncipes de Francia. En dicho libro Perrault hacía referir sus historietas a uno de sus propios hijos, lo cual no era más que un medio simpático de recomendarlos a la juventud; pues Perrault, no obstante ser un hombre docto, jamás se avergonzó de establecer la moda de escribir cuentos de hadas, que por entonces se extendió mucho entre señores y señoras que en ello ocupaban sus ocios. El título del libro de Perrault era: Historias o cuentos de los tiempos pasados; pero fue aun má3 conocido por este otro: Historias de la gansa madre.
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