El joven Guillermo Marconi realiza sus primeros ensayos


Todo ello no había sido sino una preparación para el descubrimiento revolucionario y trascendental.

Era muy joven Guillermo Marconi cuando, en el jardín de su casa, realizó los primeros experimentos que habrían de darle renombre universal, pues ya había soñado desde su infancia con perfeccionar las comunicaciones entre los hombres. Su padre, que era agricultor, deseaba que siguiera sus pasos en el cultivo de la tierra, pero el joven Guillermo sentía el llamado de una gran vocación. En la Universidad de Bolonia, donde fue a estudiar, pudo escuchar las conferencias del profesor Right, que ensayaba sobre las ondas hertzianas y su propagación. Marconi, cautivado por esos experimentos, quiso hacerlos en su propia casa, y consiguió transmitir y recibir señales en el interior de las habitaciones, y luego en el extenso ámbito del huerto paterno.

Entonces fue cuando concibió un proyecto grandioso y atrevido: la idea de comunicarse a través de enormes distancias, en forma instantánea, por medio de la radiocomunicación, sin necesidad de teléfonos ni de redes alámbricas. Como en Italia, su patria, no encontrara ambiente favorable, se fue a Francia, cuando aún no tenía veintidós años, y pidió permiso al gobierno para establecer comunicaciones radiotelegráficas entre Antibes y la isla de Córcega. Instaló en el faro de la primera ciudad y en lugares adecuados de la isla sus aparatos emisores y receptores, pero no logró resultados satisfactorios. Un día, en forma casual, conoció en la Costa Azul, cerca del faro de sus experimentos, a un noble inglés que le prestó ayuda. Consiguió colaboración económica y técnica y formó una sociedad, en 1897, para la explotación de su patente. Pudo así establecer por vez primera la comunicación telegráfica sin hilos a la distancia de 16 kilómetros en el país de Gales, y algo más tarde, entre Inglaterra y Francia, a través del canal de la Mancha, en 1899.