Dos héroes a los que la gloria dio un mismo pedestal: los Andes
El desastre de Rancagua, en el sur de Chile, había creado una difícil situación a los patriotas que en ese país y en Argentina luchaban por la independencia. El general San Martín, nombrado gobernador de las provincias de Cuyo, creyó llegado el momento de poner en práctica sus planes de atravesar la cordillera de los Andes y derrotar a las fuerzas españolas en sus propios dominios. El campo del Plumerillo, en las cercanías de Mendoza, fue el lugar donde concentró y adiestró a todos los hombres dispuestos a luchar por la independencia. Acudieron voluntarios y soldados reclutas de toda Argentina, y también todos los chilenos que después de las derrotas sufridas en su patria habían podido escapar, y que estaban deseosos de retomar las armas para reconquistar sus hogares. Entre ellos sobresale el general Bernardo O'Higgins.
San Martín y O'Higgins, desde el momento de su encuentro, quedaron ligados por una desinteresada y perdurable amistad. La disparidad de carácter es el mejor índice de sus personalidades. Desinteresados ambos hasta el sacrificio, se adornaban sin embargo con cualidades muy distintas. San Martín es el prototipo de la calma, la reflexión; O'Higgins, de la improvisación, del entusiasmo que no se detiene ante ninguna empresa por descabellada que sea. San Martín es el organizador, el táctico que, como Napoleón, estudiaba primero sus batallas frente a los planos antes de mover un solo hombre; O'Higgins es el conductor que en el combate arenga a sus hombres y a fuerza de arrojo convierte una situación peligrosa en favorable. Ambos aunaron sus genios, y el cruce de los Andes fue posible por la reflexión de San Martín y la osadía de O'Higgins. Sus ejércitos libertaron a Chile y Perú. El agradecimiento de los chilenos llevó a O'Higgins a regir los destinos de su patria, y el reconocimiento de los peruanos hizo que nombraran a San Martín Protector del Perú. Empero, éste, firme en su decisión de declinar honores, rehusó tal nombramiento, diciendo que «la presencia de un militar afortunado es temible a los Estados que de nuevo se constituyen». Palabras que son un símbolo para todos los americanos, pues enseñan cuáles eran las intenciones de los hombres que les dieron independencia y cuál también la misión de los militares.
Terminada la campaña libertadora, San Martín, en vista de la situación dividida de su patria, se expatrió voluntariamente y fue a Francia. Allí vivió, pobre y casi olvidado por la mayoría de sus compatriotas, principalmente gracias a la ayuda del hidalgo español marqués de Aguado, y en parte de la de O'Higgins, amigo de todos los momentos, hasta que los azares de la política también obligaron a éste a tomar el camino del exilio.
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