Los escritores teatrales de la patria de Guillermo Shakespeare


En Inglaterra el maestro que se destaca por sobre todos los escritores teatrales es George Bernard Shaw.

Sus personajes son defensores de una conciencia social. Shaw prefiere que sean sus mismos personajes quienes resuelven y experimenten, casi por sí solos, sus conflictos. César y Cleopatra, Androcles y el León, Santa Juana, Cándida, Pigmalión, Hombre y superhombre son algunos de los títulos de sus comedias que dividió en “agradables” y “desagradables”. Bernard Shaw tiene la valentía de proclamar que el único mal social en nuestra época, es la pobreza.

John Galsworthy sobresalió en la novela por La saga de los Forsyte, ciclo en donde realiza una crítica objetiva y mesurada de las costumbres. Su teatro muy influenciado por Ibsen y los rusos, trata problemas sociales y éticos con cierta frialdad de jurista: La caja de plata, La paloma, Justicia y Lucha.

John Masefield poeta de la corona, consigue el renacimiento del drama en verso con su Tragedia de Nan y Pompeyo el Grande. Noel Coward describió, con su peculiar modalidad, la vida frívola, burlona, irónica y un tanto cínica de los años de prosperidad que siguieron a la guerra de 1914. Vidas privadas, Agridulce, Cabalgata, así lo demuestran. John Millington Synge, de origen irlandés, después de vivir en París y saturarse de literatura francesa, volvió a vivir con su gente de Irlanda y escribió varias obras que lo convirtieron en un extraordinario dramaturgo europeo. En la sombra del valle, El pozo de los santos, Las bodas del hojalatero, Jinetes hacia el mar y Deirdre de los pesares, son los nombres de sus obras más recordadas. T. S. Eliot, oriundo de Estados Unidos, naturalizado inglés, adaptó los temas y recursos del teatro clásico a las necesidades de la escena moderna y nos dio Asesinato en la catedral, Reunión de familia y Cocktail Party y John B. Priestley, que inició su carrera literaria como novelista tuvo conciencia que su verdadera expresión estaba en la escena. Con sentido profundamente humano y fuerza de expresión sincera se dedicó a escribir para el teatro un ciclo dramático a cuyos hitos más sobresalientes denominó: El tiempo y los Conway, Ha llegado un inspector, Esquina peligrosa, Yo alguna vez estuve aquí, y La plaza de Berkeley.