En las provincias vascongadas vive uno de los pueblos más antiguos del mundo
Un orgulloso pueblo, de origen desconocido, conserva su singular lenguaje y tradicionales formas de vida en los Pirineos occidentales: son los vascos. Las provincias vascongadas -Vizcaya, Guipúzcoa, Álava y Navarra- sirven de morada a más de las dos terceras partes de los vascos, y el resto habita en el departamento de Bajos Pirineos, en Francia, tras los montes que sirven de límite entre las dos naciones.
Los antropólogos sostienen que et pueblo vasco es uno de los pocos descendientes de la población europea de la edad de la piedra que se han mantenido prácticamente sin mezclas raciales hasta nuestros días, lo que explicaría su lengua, totalmente distinta de cualquiera otra existente en todo el mundo; los vascos mismos refieren su origen en una bella leyenda que los hace descender de Tubal, quinto hijo de Jafet y nieto de Noó. Tubal legó a Europa antes de que la torre de Babel fuera construida -dice la leyenda vasca-, y por eso pudo transmitir a sus descendientes el puro lenguaje del Edén, en el cual hablaron Adán y Eva.
Los vascos se han distinguido como pastores y artesanos del hierro y otros metales, y también han tenido experiencia como hombres de mar; su región es muy rica en minas de hierro en explotación y también en salinas.
La población más importante del país vasco es Bilbao, capital de la provincia de Vizcaya; está situada a orillas del Nervión, y a una altura donde ya esboza la Naturaleza una de sus obras maestras: la ría de Bilbao. La ciudad es en verdad bella, y su puerto, sumamente activo, una de las principales vías de exportación de manufacturas y mineral de hierro.
La planta urbana de San Sebastián, en Guipúzcoa, se alza entre las playas de la Zurriola y la Concha, al pie del monte Urgull, en cuya cima se yerguen las altivas murallas y torre-tas del Castillo de la Mota. Dichas playas, reducida imagen de la bahía de Guanabara, constituyen el lugar de veraneo más aristocrático de España, y como Biarritz, en las costas de Francia, su ambiente es cosmopolita y mundano, aunque todo el encanto de lo tradicional puede revivirse pasando unas horas en el sector antiguo de la ciudad, donde perduran las calles de angosto trazado, las tabernas de viejo estilo, los pequeños restaurantes y la gente de trato sencillo.
En la provincia de Guipúzcoa abundan los pueblecitos para descansar en los fines de semana, especialmente en los reductos montañosos próximos a la frontera pirenaica.
Navarra, como Vizcaya y Guipúzcoa, es un país montuoso, cuya configuración abrupta se alisa solamente en la Cuenca de Pamplona, llano elevado en cuya extensión descansa la ciudad del mismo nombre, capital de la provincia; a su vera corren las aguas del Arga, afluente del Ebro.
Pamplona fue en días pasados una plaza fuerte, y de aquel tiempo son las murallas que, junto con el castillo de San Cristóbal, permanecen en pie como testimonio de hechos heroicos cumplidos por antecesores ilustres. Entre los edificios notables de la capital navarra, cítanse la catedral y la basílica de San Ignacio, colocada bajo la advocación del fundador de la Compañía de Jesús.
Una de las celebraciones populares más extraordinarias de este rincón español es la fiesta de San Fermín, que se celebra en el mes de julio: la espectacular estampida de vacunos que se lanza por las calles de la ciudad rumbo a la plaza de toros provoca escenas de confusión y manifestaciones de destreza: jóvenes aficionados al toreo se lanzan por las calles, corriendo delante de los toros de lidia y ensayando pases y suertes que no pocas veces terminan bruscamente cuando el aprendiz de torero es alcanzado por la cornamenta del irritado bóvido.
Pero el juego de pelota es, sin lugar a dudas, el deporte preferido por los vascos: casi no hay ciudad o pueblo que no cuente con su frontón, donde se reúnen los jugadores para celebrar justas locales o interprovinciales e internacionales, o simplemente Dará disputar amistosas partidas entre apasionados cultores.
Un lugar reverenciado por los vascos de España y de Francia es Guernica, en cuyo suelo se alzó el roble que simbolizaba la unidad de los vascos y la perpetuación de sus tradiciones y derechos; fue destruido durante la guerra civil de 1936-1939, y hoy sólo un tocón resta de él; pero la vigencia de las tradiciones y la unidad racial del pueblo vasco han conseguido sobrevivirle.
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