La visión del cielo del desierto impregna de dulce melancolía el alma del viajero


¡Caravana! ¡Qué escenas despierta esta palabra en la imaginación! Las expediciones más largas y peligrosas son las que hacen las caravanas que atraviesan el gran Sahara, este inmenso desierto africano, lleno de encantos y de inenarrables hechizos, de indescriptibles fenómenos. Uno de éstos es el espejismo, que fue objeto de admiración extraordinaria, en épocas anteriores, por parte de muchos viajeros. Dicho fenómeno es frecuente en Arabia y en África, y tan familiar en Egipto como en el Sudán. A veces, cuando la mañana es ligeramente neblinosa y no muy cálida, esta visión adquiere un grado extraordinario de esplendor. La presencia aparente de lagos espaciosos cerca del horizonte es la cosa más frecuente. Otras veces se ven en lo alto del firmamento collados y montañas; a lo mejor, un terraplén o edificio muy distantes, y fuera del alcance natural de la vista, se reflejan en la pantalla del cielo extraordinariamente aumentados y muy próximos al observador.

Un viajero que atravesaba el desierto para encaminarse de Bagdad a Babilonia, quedó perplejo al divisar lo que creyó que eran las grandes ruinas de Akarkuf, de las cuales sabía él que se hallaban distantes unos cincuenta kilómetros. Lo que en realidad veía era sencillamente un pozo viejo, que se hallaba a unos cuantos centenares de metros de aquel lugar. Es indecible la tristeza que han experimentado muchas caravanas, ávidas de agua, bajo un sol abrasador, cuando, al divisar de repente un paraje lleno de palmeras, que formaba un hermoso oasis a corta distancia -las palmeras cuyo espectáculo es tan delicioso en el desierto- han corrido ansiosos en su busca, y se encontraron al fin con el inmenso desengaño que les proporcionaba el espejismo.

Las ciudades que confinan con los desiertos se hallan, frecuentemente, rodeadas de estériles soledades. A este tipo pertenece Damasco, tal vez la ciudad más antigua del mundo, cubierta de deliciosos jardines y regada por fuentes procedentes del Abana y el Farpar, dos ríos gemelos que descienden de los neveros del Líbano. Pero fuera de Damasco, todo es un desierto, porque estos riachuelos van a perderse en la llanura, donde son sorbidos enteramente por la sedienta arena.

Lugares de verdadero encanto, en el desierto de África, son los magníficos oasis, grandes extensiones de vegetación debidas a los manantiales que en ellos brotan. Cuatro de estos oasis, muy grandes y de suma belleza, están habitados por las famosas tribus de árabes mogrebinos, ufanos de cultivar sus jardines y levantar sus aldeas en medio de bosques y palmeras a los que riegan constantemente hermosos manantiales. Los antiguos llamaron a estos oasis las islas de los bienaventurados. A su alrededor se extiende el terrible desierto, uno de cuyos más temibles peligros es el viento abrasador, que los árabes llaman simún. Cuando sopla este ardiente y huracanado viento sus efectos son terribles; todos los viajeros de la caravana, si no quieren morir irremisiblemente, han de tenderse de bruces en la arena.

Los árabes de las ciudades, aunque de la misma raza que los beduinos, miran a éstos con cierto desprecio; pero temen al desierto, hasta el punto de que nunca se arriesgan voluntariamente a entrar en él. Los habitantes de los pueblos que bordean el desierto, que lo tienen a sus mismas puertas, oyen por las noches los aullidos con que hieren el aire los chacales, y creen hallarse rodeados de espíritus y ser víctimas de sus rapiñas.

Estos habitantes de las ciudades son habilidosos en extremo: se distinguen en algunas clases de labores artísticas, especialmente de carpintería. Las delicadas y primorosas celosías que se ven en las ventanas, puertas y gabinetes son muy estimadas. El arte de la cristalería, aplicado a las ventanas, es muy raro en la Arabia; cultívanlo únicamente los europeos y algunas familias árabes que de ellos lo han aprendido; con todo, en las casas árabes se ven algunas de las más hermosas vidrieras que es posible imaginar.

Los árabes llaman shibak a las ventanas, palabra que significa obra primorosa. El carpintero elabora un delicado trabajo con la madera de la palmera y del bambú convirtiéndola en varitas redondas, que adapta unas a otras, para formar una gran variedad de dibujos. A través de estas hermosas celosías entran en la habitación el aire y la luz, pero no las indiscretas miradas de los curiosos que pasan por la calle.