Los cartagineses y los romanos disputan la posesión de la provincia hispánica
Tras los pasos de sus antepasados los fenicios, comerciantes cartagineses fundaron en España la ciudad de Ebusus (Ibiza), donde hállanse hoy vestigios notables de su cultura. Hacia el 500 a. de J. C. se lanzaron contra el reino de Tartessos, cuya capital epónima destruyeron, y lograron así cerrar a los demás pueblos del Mediterráneo el paso del estrecho; pero poco después, la dominación cartaginesa se interrumpió, y sólo la vemos resurgir tras la primera guerra púnica, cuando Amílcar Barca crea en España un vasto emporio comercial cartaginés. Su sucesor, Asdrúbal, fundó la ciudad de Cartago Nova, hoy Cartagena, en el lugar que había ocupado la población tartesia de Mastia. Luego, durante la guerra anibálica, Roma y Cartago lucharon en el territorio español, que, finalmente, derrotada la nación africana, fue ocupado por los romanos. Empero, los indígenas no aceptaron de buen grado la dominación latina, como tampoco habían tolerado la de los púnicos, y así ocurrió que las rebeliones contra las fuerzas romanas fueron frecuentes y cobraron relieves heroicos en muchas oportunidades, como, por ejemplo, cuando Viriato, al frente de los lusitanos, resistió durante diez años a las legiones de Roma; o cuando Numancia resistió a Escipión Emiliano, el destructor de Cartago, hasta más allá de las fuerzas humanas. La destrucción de Numancia marca, prácticamente, la consolidación del dominio romano en España, aunque no signifique, precisamente, el establecimiento de la paz definitiva en la península, pues las pugnas entre los bandos políticos que alternativamente disputaban el poder en Roma, tuvieron su repercusión en España. Las más profundas conmociones ocurrieron en época de Sertorio, que logró luchar contra Sila durante casi una década, apoyado en legiones españolas. Poco después, España fue teatro de la guerra entre César y los generales de Pompeyo, y luego con los hijos de aquel caudillo, a quienes venció en Munda.
Durante el principado de Augusto, las legiones romanas, conducidas primero por el propio emperador y luego por Agripa, llegaron a la península para someter a los cántabros y a los astures, encastillados en las montañas. La lucha duró diez años, pero, una vez concluida, reinó durante siglos la paz romana, con la cual se acrecentó la prosperidad en todas las comarcas de la península. El siglo n señala el momento más esplendoroso de España, en el amplio marco del poderoso Imperio Romano.
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