España bajo la dominación musulmana: los reinos de taifas y los almorávides
Durante el reinado de Rodrigo, desembarcaron en Gibraltar los árabes conducidos por Tarik; poco después eran totalmente destruidos los ejércitos de aquel monarca a orillas del Barbate, en las inmediaciones del lago de la Janda (711); dicha batalla significó el derrumbamiento de la monarquía visigótica fundada por Ataúlfo tres siglos antes.
Tres años apenas bastaron para llevar triunfante la enseña de la Media Luna desde Gibraltar hasta las faldas de los Pirineos; reducida España a un valiato, o provincia, dependiente del califato de Damasco, y confundidos los habitantes bajo el nombre de mozárabes, con los invasores, ocurrió que un joven príncipe omeya, de nombre Abderramán, llegó a España después de huir de la corte de Damasco con motivo de matanzas de origen dinástico, y una vez en territorio peninsular se proclamó emir independiente (756), después de vencer a los valles adictos al califa usurpador. Sucediéronle varios emires, que llevaron por pacífica senda la vida de los habitantes del país ibérico y realizaron admirable obra cultural, hasta que en 912 Abderramán III erigió el califato de Córdoba y proclamóse califa.
El nuevo régimen llegó a su apogeo bajo el reinado de Alhakem II y tuvo su fin en 1031, después de años de luchas intestinas y en tanto iban adelantando los pasos de la reconquista hispana por parte de los monarcas cristianos de los reinos de Navarra, Aragón, Cataluña, León y Castilla.
El florecimiento económico y cultural del califato alcanzó tal grado, que Córdoba llegó a contar con más de doscientos mil edificios en el siglo x, de los cuales más de seiscientos eran mezquitas y novecientas casas de baños públicos: ¡una verdadera rival de la Atenas de tiempos de Pericles, o de Roma bajo los Césares!
La anarquía derribó al califato en tiempos de Hixem III, y de sus escombros surgieron doce reinos independientes, de entre los cuales el más importante fue, sin duda, el de Sevilla.
A mediados del siglo XI el Islam se hallaba en sus postrimerías; la disgregación no podía ser mayor, al par que reinaba el desenfreno de costumbres, especialmente en los altos estrados de la nobleza; el escepticismo religioso, que traía aparejada la quiebra del patriotismo, determinó la ruina de la dominación árabe en España.
Precipitó la ruina de los reinos de taifas, la irrupción que en España hicieron los almorávides de Marruecos, llamados por Al Motamid de Sevilla en sostén de su autoridad (1091); a poco, los almorávides habían sometido a todos los reyes de las taifas y dominaron en España por espacio de casi medio siglo, hasta que sus antiguos rivales del país marroquí, los almohades, llamados por los árabes y berberiscos de España en son de ayuda para levantar el yugo que los oprimía, lograron arrojarlos de la península.
Empero, pronto revelaron los almohades un fanático sectarismo que ensangrentó el suelo español con la persecución que hicieron de cristianos y de judíos, amén de musulmanes que no pertenecían a su secta.
La dominación de los almohades concluyó en 1228; a partir de entonces no quedó sino el reino de Granada en manos de los árabes, hasta que, muchos años después, en 1492, fue conquistado por los Reyes Católicos.
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