Liechtenstein, el reino de las hadas entre picos nevados


Abandonamos a San Marino para emprender nuestro viaje a Liechtenstein, pequeño país que parece extraído de las páginas de un cuento de hadas, y que se halla enclavado entre Suiza y Austria. Cuando penetramos en su territorio, el tren marcha entre verdes vallados y campos donde sus laboriosos habitantes se dedican a las tareas de la agricultura, actividad que predomina en el país. Aquí y allá se extienden los viñedos que producen los famosos vinos de Liechtenstein. Más allá brillan canteras, de las que se extrae mármol de excelente calidad. Todo esto y actividades industriales que no por reducidas dejan de ser importantes, hacen de Liechtenstein, con sus escasos 159 kilómetros cuadrados, uno de los países más sorprendentes del mundo. La capital es Vaduz; su antigüedad se remonta a la época del Sacro Imperio Romano-Germánico, de cuya dislocación, en 911, surgió Liechtenstein. Desde 1921, por acuerdo entre el pueblo y su príncipe, la organización del gobierno corresponde a la de una monarquía constitucional. Existe un Parlamento compuesto por 15 miembros; un jefe de gobierno o primer ministro, elegido por seis años, es responsable ante el príncipe y el Parlamento. Los habitantes de Liechtenstein hablan el alemán y pertenecen a la religión católica.

El Principado no posee ejército desde 1868, año en el que fueron licenciadas sus fuerzas y suprimido el servicio militar. Cuenta, por toda fuerza de vigilancia, con nueve agentes de policía, que son suficientes para garantizar el orden sobre trece mil habitantes; ello habla muy en favor de la cultura y buen natural de los habitantes de este país de ensueño, que abandonamos con pena, pues quisiéramos gozar por más tiempo de la paz y la bonanza que reina allí, a orillas del caudaloso Rin.