Primitiva artillería que corona algunos tramos de la muralla
Sobre la cima de la Gran Muralla, y sobre las de algunas ciudades vecinas, se ve una serie de cañones antiquísimos, algunos de bronce, pero los más de hierro, pues es cosa sabida que los chinos conocieron la pólvora muchos siglos antes que los europeos, con la diferencia de que no supieron descubrir su exacto valor y verdadera aplicación. Los viejos cañones sólo les sirvieron para lanzar proyectiles a algunos centenares de metros de distancia, con más peligro para los artilleros que daño del enemigo, y con la desventaja de que en el largo intervalo necesario para la nueva carga había tiempo sobrado para reparar los estragos que pudieran haber sido hechos por el disparo precedente.
Algunas de esas piezas están empotradas en la muralla, de modo que ofrecen el inconveniente de que la puntería no puede variar de dirección, y los que las disparan tienen que esperar, por decirlo así, a que el enemigo se ponga delante de la boca del arma para que el proyectil pueda producir algún efecto. No obstante, en esos antiquísimos cañones se encuentra el germen de la moderna artillería.
Lo que acaeció con el invento de la pólvora, pasó también con otros varios descubrimientos realizados en Asia que quedaron en su primera fase, por temer en parte los inventores que al alterarlos destruirían sus bases y principios; así ocurrió con los tipos movibles de imprenta, inventados por los chinos antes que por los europeos, y con la brújula; inventos todos que quedaron estacionarios hasta que los europeos llegaron a dichas regiones y modificaron intensamente la vida y costumbres seculares de aquellos antiquísimos pueblos.
Hacia la mitad de la llanura, uno de los muchos ríos que nacen en las colinas ha hendido y arrastrado parte de la Gran Muralla, y el enorme boquete abierto en ella ha servido para tender el primer ferrocarril chino, que va de Pekín a Newchwang, esto es, la “ciudad de los bueyes”, conocido puerto manchuriano.
Viniendo de Pekín, la línea pasa por Tong-Shan, donde, en una región de bajas colinas coronadas de pagodas, está la primera mina de carbón que ha sido explotada en China según el sistema europeo, aunque los chinos conocieron y utilizaron el carbón antes que los europeos. A esto sin duda se refiere Marco Polo, viajero que pasó algún tiempo en el país en el siglo xiii, y que, indudablemente, no había visto aún carbón en Europa, cuando escribió: “Hay una especie de piedra negra que los chinos excavan de las montañas, donde yacen en largas vetas. Al encenderla, arde como el carbón vegetal y conserva el fuego mucho mejor que la leña, a tal punto que se la puede mantener encendida durante toda la noche hasta la mañana siguiente. Estas piedras no producen llama, sino una muy ligera en el momento de encenderla, y mientras se queman dan considerable calor.”
Más allá, en el punto en que el ferrocarril cruza la Gran Muralla, muere la ciudad de Shan-Hai-Koang, rodeada de muros. Pocas ciudades están mejor situadas, y su nombre, que significa “límite entre las montañas y el mar”, expresa el privilegio natural que goza esta ciudad. Sus muros tocan la Gran Muralla, pero tan ruinosos y cubiertos de vegetación se hallan, que no es raro ver al ganado pastar tranquilamente sobre Míos.
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