Ricardo III y los hijos de Eduardo IV. Enrique VII y el fin de la cruenta guerra de las dos rosas.
Al morir Eduardo IV, debía sucederle su hijo mayor, de trece años; pero éste no llegó a ser coronado, porque su tío Ricardo lo hizo encerrar en la Torre, donde no tardó en recluir también al hijo menor de Eduardo. Ambos hermanos desaparecieron luego; y se asegura que Ricardo mandó que los asesinaran en la Torre.
Sin obstáculo alguno ya. fue proclamado rey Ricardo III; procuró agradar al pueblo convocando el Parlamento, poniendo en orden muchas cosas, fomentando el comercio y dando facilidades al empleo de la imprenta. Pero sus súbditos, horrorizados al saber la desaparición de los jóvenes príncipes, se volvieron contra Ricardo, su presunto asesino, y en la batalla de Bosworth (1485) fue éste vencido y muerto por Enrique Tudor, de la familia de Lancaster, quien subió entonces al trono con el nombre de Enrique VIL Casóse este rey con la hija mayor de Eduardo IV, y así las dos familias de York y de Lancaster fundiéronse en una sola, y las dos rosas, la blanca y la roja, formaron una doble flor, llamada rosa Tudor.
El reinado de Enrique VII señaló el principio de una nueva era en la historia de Inglaterra. Los antiguos barones habían perecido casi todos en la fratricida lucha, y sus sucesores no osaron resistir el carácter determinado y resuelto de los Tudores.
Enrique VII, hombre dominado por insaciable avaricia y cuyas empresas de gobierno exigieron grandes erogaciones, hizo al pueblo continuas demandas de dinero, y a tal punto llegaron sus exacciones, que acabó por provocar el descontento general. Comprendiendo que no podía acometer ninguna acción de orden interior si lanzaba al país a nuevas guerras, procuró mantener cordiales relaciones con Escocia y con España por medio de alianzas matrimoniales; y así, casó a su hija Margarita con Jacobo IV de Escocia, y a su hijo mayor con la infanta española Catalina de Aragón.
No tardó en echarse de ver en Inglaterra el resultado de esta prudente política. La afluencia de soldados, viajeros, comerciantes, artífices, hombres de ciencia y sabios escritores extranjeros, que desde el tiempo de los normandos acudían a las Islas Británicas, fue cada vez mayor, y ello contribuyó a que en ellas se infiltrase el espíritu sutil del Renacimiento, que irradiando desde Italia se extendía por Europa; a que sintiesen también ansias de descubrimientos, y así, zarpasen de Bristol navegantes tan intrépidos y audaces como los hermanos Caboto, con destino al Nuevo Mundo, recientemente descubierto por Colón, y a que, en fin, se prestase más atención cada día a las ideas de reforma religiosa que, desde la traducción que Wíclef había hecho de la Biblia, venían abriéndose camino en Inglaterra.
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