María la Católica declara la guerra a la reforma protestante
María, educada por su madre, la piadosa Catalina, en el catolicismo más ferviente, se dispuso, apenas ocupó el trono, a detener los progresos que la Reforma iba haciendo en el país. Declaró guerra a muerte al protestantismo, y ayudada, o mejor, dirigida por su esposo Felipe, el futuro rey de España, trató de anular las disposiciones de Enrique VIII y volver las cosas a su primitivo estado, sometiendo de nuevo el reino a la obediencia del Papa. Su pariente, el cardenal Reinaldo Polo fue el encargado de recibir la sumisión del Parlamento, cuyos miembros recibieron a su vez de rodillas el perdón del Pontífice, con una humildad que trae a nuestra memoria la que Juan Sin Tierra mostró ante otro legado papal tres siglos antes. Esto disminuyó aún más la poca popularidad de que gozaba.
La reina María, que con su política interior de represión y violencia provocó el descontento del pueblo, fue poco afortunada en el exterior, pues en su tiempo perdió Inglaterra la plaza de Calais, “el más rico joyel de la corona inglesa” y la última posesión británica que quedaba en el territorio francés.
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