Enrique IV, el príncipe Hal y un rey coronado con un brazalete


Un lejano pariente de Ricardo II vino a ocupar el trono que éste dejó vacante con su renuncia. Como Enrique IV, que así se llamaba el nuevo rey, no tenía realmente derecho para ceñir la corona, estuvo siempre receloso de perderla, y tropezó con graves dificultades para imponer el orden en Inglaterra y Gales. Escocia le guardó perenne resentimiento por haberse apoderado de su príncipe Jacobo (luego Jacobo I), al que retuvo cautivo en Inglaterra.

El joven príncipe Hal (Enriquito), como en vida de su padre lo llamaban, cometió muchas calaveradas, una de las cuales le costó ser reducido a prisión por agredir a un juez. Así que subió al trono, con el nombre de Enrique V, quiso ser rey de Francia, como lo era de Inglaterra. No podía acreditar derecho alguno para ello; pero reunió un gran ejército, cruzó el Canal, y venciendo todas las dificultades con que tropezó a su paso, obtuvo en Azincourt un señalado triunfo, que aprovechó para concertar su casamiento con la princesa Catalina y dejar sentado que, a la muerte del padre de ésta, el anciano rey de Francia, la corona de este reino pasaría a sus manos.

Pero los planes de Enrique vinieron de repente a caer por tierra, pues lo sorprendió la muerte, cuando sólo contaba treinta y cinco años. Por único heredero dejó un niño de nueve meses, que sobre las rodillas de su madre fue coronado con un brazalete de ésta, a falta de corona que pudiera ajustarse a su tierna cabecita.