En el reinado de Eduardo III comenzó la guerra de los 100 años


Este monarca prosiguió la guerra con Escocia, cuyo territorio invadió una y otra vez y aun logró algunas victorias, hasta que Francia intervino en la contienda, prestando su ayuda a los escoceses. Entonces Eduardo se volvió contra el nuevo enemigo, y alegando derechos, por parte de su madre, a ocupar el trono de Francia, declaró la guerra a Felipe de Valois. Así comenzó la lucha que en la historia se conoce con el nombre de guerra de los Cien Años, cuyas principales batallas mencionaremos.

La primera de ellas tuvo por teatro a La Esclusa (Sluys) en las costas de Flandes (1340) y fue un combate naval en el que los franceses perdieron dos almirantes, veinte mil marineros y doscientos treinta buques.

Seis años más tarde se dio en Francia la batalla de Crécy, en la que las flechas de los arqueros ingleses cayeron espesas como copos de nieve sobre el enemigo, y en las filas de éste se produjo tal confusión y desorden que su derrota revistió caracteres de desastre. El hijo primogénito de Eduardo, que a la sazón contaba dieciséis años escasos, se señaló notablemente en la triunfal jornada. El “Príncipe Negro”, como la historia lo llama a causa del color de su armadura, obtuvo en la batalla de Crécy las tres plumas de avestruz con la divisa alemana ich dien (yo sirvo), que desde entonces ostentan en sus armas los príncipes de Gales. Aquellas plumas eran las de la cimera del casco de Juan, el bravo rey de Bohemia, quien a pesar de su edad y ceguera hízose conducir a lo más recio del combate, donde halló la muerte con sus fieles caballeros.

A la batalla de Crécy siguió el sitio de Calais. Esta plaza, después de resistir once meses, tuvo que capitular; y el rey inglés, irritado por tan tenaz defensa, exigió que le entregasen seis ciudadanos principales, cuya muerte salvaría la vida de los demás. Cuando el abnegado Eustaquio de Saint-Pie-rre y sus cinco compañeros de sacrificio comparecieron ante Eduardo, la reina Felipa intercedió por ellos y logró salvar la vida de aquellos seis heroicos hombres.

Siguió la guerra; cruzaron el Canal soldados y más soldados que iban a morir fuera de su patria, y pronto faltaron brazos para cultivar los campos; comenzó ya a sentirse la miseria y a alzarse por doquier la voz del descontento; y por si todo ello era poco, la famosa peste negra, cuyo soplo de muerte pasó por toda Europa, redujo a la mitad el número de habitantes de Inglaterra.

En una gran batalla que el Príncipe Negro ganó en Poitiers logró hacer prisionero a Juan el Bueno. La historia nos refiere que el príncipe Eduardo trató al monarca vencido con gran respeto, poniendo a su disposición un magnífico caballo blanco mientras él montaba modesta cabalgadura, y permaneciendo luego de pie ante él en su propia tienda, sin querer tomar asiento en su presencia. Merecedor era de ello el honrado y caballeroso rey de Francia: más tarde, cuando desde la corte de Eduardo pasó a su reino a recaudar la alta suma que los ingleses pedían por su rescate y no pudo reuniría, volvió a constituirse prisionero, y hasta el fin de sus días vivió ya en Inglaterra.

El Príncipe Negro murió antes que su padre; además de sus hazañas guerreras, a él se debió el haber fomentado la fabricación de tejidos de lana en Inglaterra, llevando de Flandes obreros inteligentes y expertos que enseñaron a los ingleses a tejer las lanas de su país.

El cronista Froissart, que pasó mucho tiempo en la corte de Eduardo y de Felipa, nos ha dejado interesantes noticias de la época. En ella vivió Chaucer, el padre de la poesía inglesa, que alcanzó el reinado de Eduardo III y el de su sucesor.