Los diminutos cilindros revelan todo un mundo de maravillas
Pero, examinándolos con detenimiento, se desvanece su aparente grosería, porque sus descripciones nos introducen en los lujosos palacios de los reyes de Asiría, cuyos nombres y hechos nos son tan conocidos por los relatos bíblicos; y, remontándonos aún algunos siglos más, nos llevan a contemplar la vida agrícola y comercial de la antigua Babilonia, cuando los ríos, sujetos entre muros de contención y unidos por canales, hervían de embarcaciones que por ellos transportaban los productos de la fértil comarca. Mediante esas descripciones, casi podemos aspirar la fragancia del suave heno, y ver volar las ahechaduras y oír mugir el ganado, y presenciar el animado tráfico que se hacía en los mercados, como ocurría hace más de cuatro mil años.
Mediante ellas, también conocemos particularidades directas de los suntuosos templos del Sol y de la Luna, dioses de cuya adoración huyó Abraham para fundar un pueblo que había de rendir culto al verdadero Dios único e indivisible.
Pudiéronse entender estas inscripciones mediante el descubrimiento oportuno de una clave. Al principio, los sabios tuvieron menos esperanzas de descifrarlas que las que tuvieron de interpretar las egipcias, pues no se encontraba piedra alguna que, como la de Rosetta, pudiera ser estudiada, por tener ésta una inscripción en lenguaje conocido (en este caso el griego) que sirvió para la traducción.
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