Los romanos se extienden por toda la península itálica y se apoderan de toda ella
Una guerra larga y afortunada convirtió a los romanos en dueños de Italia central, después de derrotar a los samnitas. Ufanos con su victoria, aprestáronse a conquistar la zona meridional, sometida a la influencia de las colonias griegas.
Cien años transcurrieron en lucha contra los etruscos, al cabo de los cuales la influencia de Roma extendióse por Italia septentrional. Luego el cónsul Flaminio llevó las armas de Roma a la Galia Cisalpina, que quedó incorporada a Roma.
Los pueblos del sur fueron derrotados y conquistados, pese a la ayuda que les prestó Pirro, rey del Epiro. La dominación de Roma se extendió entonces hasta el estrecho de Mesina. Y allí enfrente, se alzaba la avanzada del Imperio Cartaginés: la conquista de Italia meridional ponía a Roma frente a un rival natural, ya que la grandeza de ambos dependía de quien lograra el dominio del Mediterráneo. La isla de Sicilia cayó pronto en poder de Roma, pero ello significó el comienzo de un conflicto que se prolongó durante varias generaciones, insumió enormes recursos a ambos contendientes, destruyó cientos de miles de vidas y señaló la desaparición total de un imperio de existencia secular. Ese conflicto se conoce con el nombre de guerras púnicas, así llamadas del nombre puni que los romanos aplicaban a los cartagineses. En la última fase del conflicto Italia fue invadida por los cartagineses, quienes, al mando del genial caudillo y general Aníbal, derrotaron a los ejércitos de Roma uno tras otro, hasta que agotados sus recursos se vieron en la necesidad de abandonar la península y retirarse a Cartago. Allí fue Aníbal derrotado por Escipión, desde entonces llamado el Africano. Cartago fue reducida a potencia de segundo orden. Cincuenta años después, provocado un nuevo choque, era destruida hasta sus cimientos. La ciudad fue incendiada; sobre sus ruinas se pasó el arado, y sus pobladores fueron deportados en masa. Roma conquistó poco después Macedonia, Grecia, Egipto y Siria. Podía pues, en verdad, designar al Mediterráneo, como lo llamó, Aíare Nostrum, ya que su dominación se extendía a lo largo de todas sus costas, y los bajeles romanos surcaban sus aguas, desde España hasta el Asia Menor.
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